sábado, 6 de junio de 2015

¡TODO POR LA PATRIA!

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Twitter ha extendido con profusión un viejo comentario del canciller alemán Otto von Bismarck sobre España:

"Estoy firmemente convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido."

Se refería, naturalmente, el forjador de la unificación alemana a la incapacidad tradicional de nuestros  monarcas y líderes políticos. ¡Cómo re reiría ese viejo zorro si nos viera ahora! Porque, ¿puede alguien concebir que un país relativamente importante, malgré lui, no se haya constituido aún en un Estado moderno tras veinte siglos de existencia en un cerrado entorno peninsular?, un país  rodeado de las dos masas marinas más importantes en sus dos milenios de historia. ¿Qué ha sucedido –en realidad que ha faltado- para que el imperio donde no se ponía el sol vaya camino de volver a ser la Castilla del siglo XIV. ¿O para que el principal problema actual sea –y mira si la crisis y la corrupción no lo son- la creciente desafección y ánimo secesionista de los territorios vascos y los del antiguo Reino de Aragón.

Al visitar los Estados Unidos llama la atención la profusión de la bandera de barras y estrellas. Son legión los jardines y los edificios en los que ondea una bandera americana, la de una Unión de Estados, esa insignia a la que a partir de los trece espacios fundacionales se fueron agregando voluntariamente otros territorios autónomos: Texas, Oklahoma, Alaska,  Hawai, etc., sumando simplemente una estrella más a esa insignia hasta llegar a las cincuenta actuales. Es un símbolo que nadie allá discute, al igual que cualquier ciudadano preguntado por su nacionalidad, sea de la étnia o país de origen que sea, no duda en responder: “American”. Distinto, si viajamos por el mundo y oímos hablar castellano: “¡Hombre, españoles!”, “ Hmm…Catalanes”.

No hablemos ya de Francia, un país unido territorialmente como una piña desde los tiempos de Philippe le Bel, cuyo hermoso y vehemente himno es respetado por la mayoría de los franceses, lo sean Ius soli o Ius sanguinis. O de Alemania, unificada en 1870 y reunificada en 1990 tras el drama de la IIGM. Son países dotados de una gran solidaridad unitaria, con un proyecto común originario. Recordemos que en las dos primeras décadas del siglo XVIII, Escocia se unió Inglaterra para formar el Reino Unido, mientras que Cataluña se agregaba a Castilla por “Derecho de conquista”. Y es ejemplar el reciente referéndum escocés  que todos los brits respetaron.


Llama la atención de franceses y anglosajones el escaso patriotismo de los españoles. Aquí las banderas aparecen solo en los campeonatos de fútbol, en las verbenas y en las puertas de los toriles; de ahí que algunos políticos patrioteros se las inventen, como Aznar, con la desmesurada banderola de la Plaza de Colón de Madrid, u otros alcaldes peperos para tratar de asimilar su partido a la patria.
¿Por qué estas diferencias entre estados tan próximos?
Pues, porque cuando esos países fortalecían su unión, en España, mediado el siglo XVII, otro Felipe IV, también guaperas y sex addict–se le atribuían al menos 46 hijos- jugaba a cara o cruz si libraba al Imperio de Cataluña o de Portugal… ¡perdieron los catalanes!

En cuanto al patrioterismo militar, todo es bien sabido. El Ejército español solo ha acumulado derrotas desde el declive de los tercios de Flandes a mitad del XVII. Un Ejército golpista apuntando sus armas contra su propio pueblo…¡y disparándolas contra él sin venir a cuento!
Un Ejército, que junto a la Iglesia Católica, ha venido dictando  la política de este deshilvanado país, si bien aquel un tanto menguado desde su otanización, cosa que no ha ocurrido con los curas, cada vez más crecidos por su comunión interesada con  los sectores políticos más reaccionarios, y que día a día se apoderan de todo lo que encuentran sobre la superficie de la península.[1]
¿Cómo pedir patriotismo a unos ciudadanos que sufrieron el escarnio de aquel Ejército panchovillesco a la vez que coartador de libertades, cruel, arbitrario, escarnecedor, plagado de tipos vagos, inútiles y profundamente idiotizados –Un ejército que tuvo que absorber a toda la tropa franquista, que ante las condiciones de miseria a las que la rebelión condujo al país no hubieran tenido dónde caerse muertos-, todo ello bajo  una corrupción mezquina, dado que entonces no había gran cosa que robar, salvo la comida o los pertrechos de los conscriptos.
Unos soldados que más parecían esclavos al servicio no solo de los oficiales sino de cualquier “chusquero”. Más que” servicio militar” ejercían como “servicio doméstico” en las casas de sus superiores, o bien trabajaban como mano de obra no remunerada en las “industrias” de los mandos, bien  cuidando sus ovejas o utilizándolos como  albañiles. Pero lo más indignante era la violencia arbitraria e impune a la que se sometía a los 200.000 conscriptos que cada año se incorporaban a  la mili.
Cuenta algún biógrafo que aquel general genocida pudo dar rienda suelta a sus instintos criminales en África. Dicen  que una vez sacó su pistolita y mató en medio del campamento a un legionario que no recogió una cáscara de plátano que había arrojado al suelo; un hecho que recuerda una escena en la película de Spielberg sobre un Konzentrationslagers Fuhrer.,
Hasta finales de los ochenta no se publicaron cifras de los muertos durante ese “servicio obligatorio”  A partir de esas fechas se calculó una media cercana a los 200 muertos al año, sin discriminar entre “accidentes” o suicidios, pero llaman la atención visitando el edificio de algún cuartel general importante, las cubiertas de plástico que protegen los patios a determinada altura. Parecen ser medidas preventivas antisuicidio, como las redes que cubren los patios algunos juzgados de violencia doméstica en Madrid para evitar que los  cónyuges airados maten a su pareja arrojándola por la baranda..

El Día de la Cabra
Desde el “año de la Victoria”, en el que hizo desfilar a todos los varones adultos de Madrid, con una medalla de cobre conmemorativa prendida en el pecho, hasta la ansiada desaparición del gran felón, este  presidió lo que sin ambages se siguió denominando “Desfile de la Victoria”.
Sabida es la animadversión de los catalanes hacia el Ejército español: el origen de la “Semana trágica” de Barcelona” fue la rebelión ciudadana ante el envío de conscriptos a la guerra con Marruecos. Una guerra donde generales ineptos y corruptos atacaban a los rifeños para, por ejemplo, celebrar el cumpleaños del rey (El Cametas para los catalanes).
La inepcia, la corrupción, la miseria en los pertrechos y la falta de convicción de los soldados hizo que en el llamado “Desastre de Annual”, en solo cuatro horas de batalla frente a unos rifeños desarrapados al mando de un antiguo funcionario español, Abd el-Krim, muriera un total aproximado de 2.500 españoles, más 1.500 ocupantes de otras posiciones, y fueron capturados aproximadamente 500 prisioneros.
El escándalo llevó a decir a Indalecio Prieto en las Cortes:
“Estamos en el periodo más agudo de la decadencia española. La campaña de África es el fracaso total, absoluto, sin atenuantes, del ejército español.”
Cuentan que esa  desafección de los catalanes hacia el ejército español hacía que durante la Dictadura franquista , los militares procuraran no vestir en Cataluña sus uniformes fuera de los cuarteles.
En un alarde, sin duda provocativo, el murciano Federico Trillo, el que siendo diputado bajo el Gobierno de Aznar recibió dinero de empresas que ejecutaban obras públicas,  decidió trasladar ese “desfile de la Victoria”  a Barcelona ante la oposición de la mayoría de los catalanes, que, organizados en 134 entidades políticas vecinales, sindicales, culturales, etc. suscribieron un manifiesto que se pronunció en términos muy duros contra el Ejército: afirmando que  el desfile "es un acto de apología militarista y de ostentación armamentística", añadiendo que "los ejércitos perpetúan un orden internacional injusto". 

¿Cómo olvidar que si la Transición no pudo solucionar los principales problemas: territoriales, depuración de responsabilidades, etc., se debió a la extorsión, ni siquiera velada, de ese Ejército inútil, pero fuertemente armado; recordemos que el cuerpo militarizado de la Guardia Civil contaba con 100.000 efectivos -actualmente supera los 80.000-. Una extorsión que se hizo patente pocos años después en aquel grotesco 22-F.
No fue una Constitución otorgada, pero sí muy mediatizada, al igual que la imposición soterrada de otra restauración de una Monarquía históricamente desacreditada: recordemos que el rey Juan Carlos I no acudió a Euzkadi hasta el sexto año de su reinado, donde fue recibido con abucheos en el Parlamento vasco.

Resultan incomprensibles el voluntarismo o el interés de estos políticos nacionalistas españolistas, que ante una desafección creciente, intentan crear un Estado unitario   sobre la base de un centralismo inercial y la falta del menor anhelo por parte de los periféricos. Los independentistas, por el contrario, sí muestran gran entusiasmo, que sea cual sea su proporción lleva todas las de ganar frente a la espiral de silencio se esa negación de la  política que preside el Gobierno; ese comesobres que para satisfacer vaya usted a saber a quién, recusaba el Estatut, aprobado democráticamente por catalanes y españoles, postulando firmas en las mesas petitorias de la “milla de oro” de Madrid. Un Estatut aceptado por todos,  que comenzaba a funcionar sin grandes sobresaltos. O  ese otro chulín del bigote, que antes de gobernar por primera vez , en una reunión de periodistas,  comentó ante las  pretensiones catalanas “de eso nos ocuparemos nosotros”.  
 
Himnos y fanfarrias
 Con respecto a otros símbolos, nos llama la atención ver cómo cualquier americano, ante los primeros sones de su himno nacional, se pone en pie y posa su mano en el corazón.  En Inglaterra, al menos  hasta la “revolución” de lo sesenta, al final de cada sesión cinematográfica sonaba el himno nacional (la gente lo llamaba “The Queen”) y los espectadores se quedaban en pie hasta su fin.

Una simple mirada a  la historiografía del pasado siglo, nos permite decir  que desde un punto de vista de legitimidad política la única bandera y el único himno nacionales serían la Bandera Tricolor y el Himno de Riego. Ambos fueron aceptados democráticamente por todos los ciudadanos del conjunto de países de la República  como legítimos.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823),  el Himno de Riego fue nombrado himno de la monarquía constitucional española según decreto firmado por Fernando VII el 7 de abril de 1822. No se solía cantar la letra que compuso  Evaristo Fernández de San Miguel,  pero el pueblo las creaba circunstancialmente:

“Si los curas y monjas supieran
la paliza que les van a dar,
subirían al coro cantando
¡Libertad, libertad, libertad!”

O cuando al comienzo de la República, ante la negativa de un director de la Banda Municipal de Madrid (creo que el Maestro Villa) de interpretarlo al fin de un concierto, el gracejo madrileño cantaba:

“Sabéis por qué toca tanto
la Banda Municipal.
Sabéis por qué toca tanto,
Porque tiene que tocar”.

Por el contrario, parece que uno de los motivos que llevo al sangriento dictador a firmar la sentencia de muerte de las Trece Rosas, las trece muchachas republicanas fusiladas en Agosto de 1939, fue un cántico inocente con el soniquete del  Cara al Sol y una letra crítica al dictador. 

En los largos años de la dictadura del sátrapa, tras los noticieros elaborados por los turiferarios de El Pardo, sonaba un pastiche de los tres himnos de los vencedores: la Marcha Real, el Cara al Sol fascista y el himno de los requetés . Mi padre y otros muchos ciudadanos bajaban el volumen en ese momento y no ya porque hubiera acabado “el parte” (curioso término, que denotaba su origen guerracivilista).

La gran pitada
En una encuesta previa al encuentro de final de la copa de fútbol realizada por el diario El Mundo sobre qué decisión tomar si se  pitaba al himno nacional, más del 70 por cientos de sus lectores participantes abogaban por suspender el partido.
¿Se imaginan la rechifla mundial si algo así se hubiera producido? Ni siquiera se hizo en la tragedia del estadio de Heysel en 1985 en Bruselas, donde una hora antes del comienzo del partido entre el Liverpool y la Juve una avalancha producida entre los hinchas de los dos equipos produjo la muerte de 39 aficionados y cientos de heridos. La mayoría falleció por asfixia y aplastamiento y  muchos cadáveres fueron depositados en un espacio anexo al mismo terreno de juego, visibles desde otras zonas del estadio, porque el  partido no se suspendió.
Nunca sabremos si en  Barcelona  silbaron al nuevo rey de España, a la Marcha Granadera o al absurdo y soberbio ministro Wert, que probablemente hubiera ido al palco de honor para tratar de “españolizar” a los hinchas del Barça y del Athletic. Probablemente les silbaron a todos ellos.
El talento de los gobernantes actuales, que solo muestran habilidad para afanar todo lo que pueden, no saben que pitar la “Marcha Real” es una tradición en Barcelona, que ya en el año 1924, en un acto en el campo del F. C. Barcelona, todo el estadio la silbó, con las consecuencias de que las autoridades de Madrid clausuraron el campo durante seis meses.
Un decreto-Ley de Presidencia de Gobierno del 17 de Julio de 1942 imponía que volviera a sonar como himno el que fue hasta el 14 de abril de 1931. El decreto franquista precisaba que al paso de la bandera y al entonarse el himno de debía permanecer en posición de saludo, detallando, incluso, la posición. “Con el brazo derecho extendido en dirección al frente”
Para mas inri, la versión del himno que se interpretaba era de propiedad privada según denunció en El País, el periodista Miguel Ángel Aguilar (El País, 29/4/1997); así D. José Andrés Gómez y Dª María Benito Silva, herederos del compositor y arreglista Bartolomé Pérez Casas, percibieron solo entre 1990 y 1992 la nada despreciable cantidad de 15 millones de pesetas en concepto de derechos de autor por la interpretación de dicho himno. 

Los “sobreros” del PP, a través de su lumbrera de portavoz, el gran Floriano, a pesar de que ya, en 2009, tras una pitada en la final de copa, los jueces del Tribunal Supremo, más juiciosos que estos tragasobres, dictaminaron que se trataba de algo totalmente amparado por la libertad de expresión, pide “estudiar medidas legales” para que no vuelvan a darse las pitadas. Quizá a alguno se le ocurra algo como a los milicos argentinos durante el gobierno-borrachera de Galtieri. Grabar en vídeo las gradas desde las que les cantaban “Se va a acabar la dictadura militar”, ampliar las imágenes y buscar a la gente para “desaparecerla”.

Curioso constatar cómo los que intentan imponer unos símbolos desprestigiados intentan asimismo prohibir con sus leyes mordaza la libre expresión de quienes los criticamos.
Mala educación aducen algunos, como si los comentarios en los que se jactan de sus tropelías y chorizadas los  albondiguillas, cabrones, hijoputas, ratas, rubias, curitas, y demás desvalijadores del erario público desde sus puestos políticos en el Partido Popular mostraran una buena crianza.
Rajoy condena los ataques contra los símbolos que representan al conjunto de los españoles. Lo que induce a una respuesta inmediata: “protestan todos los que no se sienten representados por esos símbolos”. ¿Lo entiende señor Rajoy?

Julio G Mardomingo



[1] Para una visión más amplia ver “La desnacionalización de España (De la nación posible al estado fallido)” Ramón Cotarelo. Tirant Humanidades. Valencia 2015-06-05 

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