domingo, 21 de junio de 2015

El estado de la nación....catalana

Farmacia de Pozuelo de Alarcón (Madrid):  Una pareja de media edad pide un compuesto de magnesio. La farmacéutica no lo tiene, pero puede ofrecerle otro similar. El caballero declina la oferta aduciendo que seguro que será catalán. La empleada se lo muestra, y el señor dice: “ve usted: Barcelona. No lo quiero”.
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Mesón del centro de Madrid. Final de la Copa de Europa: Una señora colombiana aplaude emocionada los goles del Barça. La gente la mira con enojo, y alguien le pregunta: “¿Y tú, por qué aplaudes a esos?  La señora, sorprendida, responde  “porque son los de España”.

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El pasado 15 de Junio se celebró en un teatro de Barcelona, en la sala BARTS, una entrevista, diálogo, conferencia, o mejor digamos un duelo dialéctico entre el presidente de la Generalitat catalana y el conocido periodista Iñaki Gabilondo.
La charla, titulada ”el estado de la nación”, se desarrolló en español, según se dijo para llegar directamente a una mayor audiencia. Bien que en otro momento el presidente, al tratar la inmersión lingüística, aseguró que los catalanes no son tan ”tontos” como para ignorar la proyección universal del castellano. A pesar de la seriedad e importancia del tema, el diálogo fue distendido e, incluso, hubo brotes de humor, como cuando Gabilondo dijo a Mas que era una pena que no pudiera hablar en inglés con Madrid.
 Enfrentados, cada uno en un alto taburete, hablaron durante hora y cuarto del momento político en Cataluña.                                                                               Bien vestidos (quizás por Gonzalo Comella, el uno, y por Adolfo Domínguez, el otro), bienhablados y bien educados los dos.
Abrió el debate Gabilondo y se lanzó directamente al asunto más candente: la “hoja de ruta” de Mas. La expuso con precisión y el Presidente le respondió con ironía que ya quisiera él que en Madrid la conocieran tan bien.
A las preguntas del periodista sobre cómo se había podido llegar a la actual situación  de conflicto, el Presidente respondía con los argumentos que sacaba de su cahier de doléances. En algún caso se refirió a agravios históricos, pero la mayor parte del tiempo habló de la intransigencia del Estado español ante las reivindicaciones catalanas más recientes, sobre todo sobre el ninguneo de las manifestaciones ciudadanas en Cataluña (las algarabías) y la denegación del referendum.

Las conclusiones de la charla encierran un cierto fatalismo. Parece que se acabó la conllevancia orteguiana. El Presidente llegó a parafrasear al dramaturgo y poeta alemán del XIX, Friedrich Hebbel, al decir que “A veces el Estado es pura herida”, refiriéndose con pocas dudas a que el Estado español es pura herida, y como se deduce de Hebbel, curarlo es matarlo. Defendió, también, que Catalunya tiene planteamientos del siglo XXI mientras que los de España son del siglo XIX.

Tras la final de la copa de fútbol algún periodista había comparado la sonrisa esbozada por Mas con la de la Gioconda:
¿Sonreía el President por la cobarde ausencia de Rajoy, que dejó al nuevo rey al descubierto?
¿Sonreía acaso  pensando si el ministro Wert habría ido a catalanizar a los hinchas vascos y catalanes?
O quizá, pensaba históricamente en ¿por qué, tras cinco siglos de historia, el Estado castellano no había sido capaz de aglutinar a las naciones encerradas en un espacio peninsular, y separadas de Europa por una abrupta cordillera?
Nada de eso. Cuando Gabilondo le mencionó el “quebranto emocional” que supuso para muchos españoles la pitada al himno nacional, y si no le parecía una falta de respeto, Mas no se escondió ante un tema tan candente, sino que respondió que aunque sabía que iba a crear polémica, sentía el mismo respeto por el himno español que por cualquier otro, y añadió que no le emocionaba. Que le divertía que tras los ímprobos esfuerzos de los políticos de Madrid para evitar la pitada, solo habían conseguido que superara todas las de años anteriores.
Entre las propuestas más disparatadas antes del partido estuvo la de la marquesa del tamayazo , que proponía suspenderlo si se pitaba la Marcha Real. ¿Se imaginan lo que hubiera podido suceder en un estadio abarrotado, y con miles de seguidores en Montjuïc? Amén de otros 50.000 en Bilbao, en San Mamés? El cachondeo en el resto del mundo hubiera sido monumental.                                                                           Más lanzó también un velado aviso a navegantes: la mayoría de los espectadores era vasca.
El Presidente no rehuyó ninguno de los temas polémicos del periodista. Habló del escándalo Puyol y habló de convergencias y desavenencias, no ya con su hasta entonces socio de partido (dijo que ahora se había quedado con la mitad de Unió), sino con los movimientos sociales.
Dos días después, ya en catalán, tuvo otra charla en un teatro del Raval con el  diputado de la CUP David Fernández, que acabó en un abrazo.

Dicen que las comparaciones son odiosas, pero lo cierto es que solo resultan odiosas a los resultan perjudicados en ellas.                                                                       ¿Acaso no es notable la diferencia entre un periodista incisivo, civilizado, conocedor del asunto a tratar, frente a la caterva de energúmenos enchufados por el Gobierno en las televisiones públicas y privadas, o en los periódicos subvencionados por el mismo?                                                                                                                     ¿O qué decir de un político que se expone a las preguntas más críticas del periodista comparado con un Presidente del Gobierno de la Nación que se esconde detrás de una pantalla de plasma, no ya ante un periodista sino incluso ante los miembros de su partido, y que  no tolera una rueda de prensa?                                                               Resulta obvio, ¿qué podría  responder a:
Por qué mandó usted mensajes de “Luis, sé fuerte” a la cárcel donde estaba el presunto multidelincuente? ¿Para evitar que cantara?                  O a:
¿Los millones de Suiza son de Bárcenas o son del PP?                           




Más seguro está, sin duda , el  zampasobres tras una pantalla de plasma.

Juilo G. Mardomingo

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