Farmacia de Pozuelo de Alarcón (Madrid): Una pareja de media edad pide un compuesto de
magnesio. La farmacéutica no lo tiene, pero puede ofrecerle otro similar. El
caballero declina la oferta aduciendo que seguro que será catalán. La empleada
se lo muestra, y el señor dice: “ve usted: Barcelona. No lo quiero”.
Mesón del centro de Madrid. Final de la Copa de Europa: Una señora
colombiana aplaude emocionada los goles del Barça. La gente la mira con enojo,
y alguien le pregunta: “¿Y tú, por qué aplaudes a esos? La señora, sorprendida, responde “porque son los de España”.
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El pasado 15 de Junio se celebró en un teatro de
Barcelona, en la sala BARTS, una entrevista, diálogo, conferencia, o mejor
digamos un duelo dialéctico entre el presidente de la Generalitat catalana y
el conocido periodista Iñaki Gabilondo.
La charla, titulada ”el estado de la nación”, se
desarrolló en español, según se dijo para llegar directamente a una mayor
audiencia. Bien que en otro momento el presidente, al tratar la inmersión
lingüística, aseguró que los catalanes no son tan ”tontos” como para ignorar la
proyección universal del castellano. A pesar de la seriedad e importancia del
tema, el diálogo fue distendido e, incluso, hubo brotes de humor, como cuando
Gabilondo dijo a Mas que era una pena que no pudiera hablar en inglés con
Madrid.
Enfrentados,
cada uno en un alto taburete, hablaron durante hora y cuarto del momento
político en Cataluña. Bien vestidos (quizás por Gonzalo Comella, el uno, y por
Adolfo Domínguez, el otro), bienhablados y bien educados los dos.
Abrió el debate Gabilondo y se lanzó directamente al
asunto más candente: la “hoja de ruta” de Mas. La expuso con precisión y el Presidente
le respondió con ironía que ya quisiera él que en Madrid la conocieran tan
bien.
A las preguntas del periodista sobre cómo se había
podido llegar a la actual situación de
conflicto, el Presidente respondía con los argumentos que sacaba de su cahier de doléances. En algún caso se
refirió a agravios históricos, pero la mayor parte del tiempo habló de la
intransigencia del Estado español ante las reivindicaciones catalanas más
recientes, sobre todo sobre el ninguneo de las manifestaciones ciudadanas en
Cataluña (las algarabías) y la
denegación del referendum.
Las conclusiones de la charla encierran un cierto
fatalismo. Parece que se acabó la conllevancia orteguiana. El Presidente llegó
a parafrasear al dramaturgo y poeta alemán del XIX, Friedrich Hebbel, al decir
que “A veces el Estado es pura herida”, refiriéndose con pocas dudas a que el
Estado español es pura herida, y como se deduce de Hebbel, curarlo es matarlo.
Defendió, también, que Catalunya tiene planteamientos del siglo XXI mientras
que los de España son del siglo XIX.
Tras la final de la copa de fútbol algún periodista
había comparado la sonrisa esbozada por Mas con la de la Gioconda :
¿Sonreía el President
por la cobarde ausencia de Rajoy, que dejó al nuevo rey al descubierto?
¿Sonreía acaso
pensando si el ministro Wert habría ido a catalanizar a los hinchas
vascos y catalanes?
O quizá, pensaba históricamente en ¿por qué, tras
cinco siglos de historia, el Estado castellano no había sido capaz de aglutinar
a las naciones encerradas en un espacio peninsular, y separadas de Europa por
una abrupta cordillera?
Nada de eso. Cuando Gabilondo le mencionó el
“quebranto emocional” que supuso para muchos españoles la pitada al himno
nacional, y si no le parecía una falta de respeto, Mas no se escondió ante un
tema tan candente, sino que respondió que aunque sabía que iba a crear
polémica, sentía el mismo respeto por el himno español que por cualquier otro,
y añadió que no le emocionaba. Que le divertía que tras los ímprobos esfuerzos
de los políticos de Madrid para evitar la pitada, solo habían conseguido que
superara todas las de años anteriores.
Entre las propuestas más disparatadas antes del
partido estuvo la de la marquesa del tamayazo
, que proponía suspenderlo si se pitaba la Marcha Real. ¿Se
imaginan lo que hubiera podido suceder en un estadio abarrotado, y con miles de
seguidores en Montjuïc? Amén de otros 50.000 en Bilbao, en San Mamés? El
cachondeo en el resto del mundo hubiera sido monumental. Más
lanzó también un velado aviso a navegantes: la mayoría de los espectadores era
vasca.
El Presidente no rehuyó ninguno de los temas polémicos del
periodista. Habló del escándalo Puyol y habló de convergencias y desavenencias,
no ya con su hasta entonces socio de partido (dijo que ahora se había quedado
con la mitad de Unió), sino con los movimientos sociales.
Dos días después, ya en catalán, tuvo otra charla en
un teatro del Raval con el diputado de la CUP David Fernández, que
acabó en un abrazo.
Dicen que las comparaciones son odiosas, pero lo
cierto es que solo resultan odiosas a los resultan perjudicados en ellas. ¿Acaso no es
notable la diferencia entre un periodista incisivo, civilizado, conocedor del
asunto a tratar, frente a la caterva de energúmenos enchufados por el Gobierno
en las televisiones públicas y privadas, o en los periódicos subvencionados por
el mismo? ¿O
qué decir de un político que se expone a las preguntas más críticas del
periodista comparado con un Presidente del Gobierno de la Nación que se esconde
detrás de una pantalla de plasma, no ya ante un periodista sino incluso ante
los miembros de su partido, y que no
tolera una rueda de prensa? Resulta obvio, ¿qué podría
responder a:
Por qué mandó usted mensajes de “Luis, sé fuerte” a la
cárcel donde estaba el presunto multidelincuente? ¿Para evitar que
cantara? O a:
¿Los millones de Suiza son de Bárcenas o son del
PP?
Más seguro está, sin duda , el zampasobres
tras una pantalla de plasma.
Juilo G. Mardomingo
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