“Puedes engañar a todo el mundo algún tiempo.
Puedes engañar a
algunos todo el tiempo,
pero no puedes engañar a todo el mundo todo el tiempo”.
(Benjamín Franklin.)
Parece que le ha dolido a esa nulidad política, no ya perder
dos millones y medio de votos, sino tener que aguantar las críticas de sus
compinches, de los que han visto cortado el grifo del maná, de los que han tenido
que desalojar el agujero por el que sacaban la mano para esquilmar el erario
público. Notorias son las recientes recriminaciones de Aznar a Rajoy que nos
recuerdan las del payaso listo al payaso
tonto en el circo. Incluso aparecía en la prensa de ayer (1/6/2015) un informe
demoledor de su think tank FAES sobre el reciente aumento de la desigualdad en España.

¿Igualdad de oportunidades?
La igualdad de oportunidades es solo uno de los cantos de
sirena con los que el capitalismo ha venido tratando de insuflar esperanza en la existencia de los
menos favorecidos: la mayoría. Ni siquiera es cierto que todos los humanos
nazcan iguales: desnudos sí, faltaría más, pero unos nacen en clínicas de lujo
y otros debajo de una higuera, donde se les corta el cordón con una piedra.
Esa igualdad es una utopía que solo aparece como real en los primeros tiempos de las revoluciones. Los
privilegios son acumulativos y heredables. Lo sabe muy bien la derecha de este
país que siempre utilizó la política como una coartada para enriquecerse a costa del resto de los ciudadanos y
perpetuar, así, su dominación a través de sus descendientes. Lo saben bien todos esos "grandes de España" que desde el siglo XVI se apoderaron de las tierras más fértiles del país.
En la triste historia de este país, el nuestro malgré nous,
todos los que robaron en el franquismo han proseguido su latrocinio a lo largo
de 20 años; gente que entendió lo del “atado y bien atado” como “santa Rita,
Rita, lo que robamos no nos lo quitan”. Esa banda que bajo la apariencia de un partido político solo
trata de apandar todo el dinero público posible que les servirá a ellos y a
sus descendientes para eternizar su dominación sobre los que viven de su
trabajo, eso cuando los últimos consiguen un empleo.
Es la corrupción generalizada de esos fulanos que ya partieron
con gran ventaja en la línea de salida de la Transición y que han
seguido amarrando las posiciones más ventajosas.
¿Puede alguien creer que todos esos apellidos tan conocidos
sean los de la gente más “inteligente” del país? Todos esos individuos que
“aprueban brillantemente” las
oposiciones a fiscal, juez, notario, registrador de la propiedad, etc. para
desde ahí ocupar cargos bien remunerados o bien dedicarse a la política “para
forrarse” como diría uno de aquellos gángsters de Valencia, la comunidad donde
no han dejado euro sobre euro.
Una de las muestras más notorias de la derecha española en su
afán de mantener el control político y social es su dominio del Poder Judicial, una institución caracterizada
por su conservadurismo. El asunto empieza con los “preparadores”, jueces
jubilados que hacen la primera criba de los candidatos a la judicatura de acuerdo con sus indicios ideológicos, y luego viene el tribunal, que juzga
según el mayor subjetivismo, sin ninguna pauta clara, y que naturalmente
reconoce los apellidos en cuando los lee…¡hoy por ti, mañana por mí!
El ideal de esa gente sería que solo los suyos pudieran
acceder a la enseñanza superior, de ahí las medidas de ese repelente ministro
de Educación recortando la Enseñanza
pública y sustituyéndola por costosos masters.
Si pudieran intentarían algo como lo que pretendían los nazis en los territorios sometidos del este europeo: que
los niños más pobres solo conocieran las cuatro reglas y llegaran hasta poder
firmar (sorry, Godwin).
¿Movilidad social?
Nada más falso que el “sueño americano”, un mito mantenido a
base de casuística, y que sobre todo a partir de la globalización ha perdido
toda credibilidad: los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más
desesperados en su pobreza.
No hay nada en esa falacia que la relacione con el
crecimiento económíco: los impuestos que dejan de pagar los ricos son un
inmenso capital improductivo que solo sirve para que aumenten su riqueza
personal y aseguren la holganza y la dominación a sus tataranietos. Una falsedad
demostrada en los informes de la
OCDE , que estima que la creciente desigualdad ha reducido la
riqueza general en casi cinco puntos en los últimos 20 años.
¿Cuánta miseria y cuánta desesperación ha causado el
neoliberalismo del actorzuelo Reagan y la maléfica Thatcher?
La teoría económica del
primero basada en el efecto trickle-down, es tan vieja como la Biblia (el efecto Mateo), y
puede tener su gracia en la
Sociología de la moda: los caros diseños de la alta costura
acaban copiados y vendidos en las tiendas Walmart a las clases más bajas.
Pero solo es la ilusoria teoría que Galbraith bautizó como del “caballo
y el gorrión”: Un caballo bien alimentado dejará en los caminos boñigas con
suficientes granos de avena sin digerir como para que se alimenten los
gorriones.
Un político socialdemócrata neozelandés lo definió como “los
ricos meando sobre los pobres”, otra escatología que ya tuvo su realidad en el
Imperio romano, en el que los esclavos bebían los orines de los invitados a los
banquetes para poder degustar el sabor de las amanitas cesáreas.
No menos cínica y perniciosa fue la aplicación de esas
teorías en el Reino Unido por la señora Thatcher. Esa mujer, nacida en el seno
de una clase media baja -sus padres eran tenderos- descubrió repentinamente que
las sociedades no existían, que solo había individuos, lo que no le impidió enunciar
el concepto de la sociedad de los dos tercios:
Una sociedad en la que el primer tercio nada
en la opulencia, y sus miembros no tendrán que preocuparse jamás por su
bienestar, ni ellos ni sus descendientes a lo largo de los siglos,
Los
ciudadanos del segundo tercio:
funcionarios, profesionales, cuadros, comerciantes, etc. solían considerarse
seguros en su posición social, sin temor
a caer en la indigencia. Sin embargo, la larga crisis actual ha acelerado la
pérdida de renta y seguridad de gran parte de ese sector, al que el Banco
Mundial considera ya como “clases vulnerables”
El último tercio representa la inseguridad,
el sufrimiento y el crujir de dientes. Volviendo a los ejemplos escatológicos,
sus miembros están sumergidos en la mierda, y como los condenados del canto
XVIII de la Divina
Comedia no saldrán nunca de ella. Ni ellos ni sus hijos, que nacen con un gran
handicap que les imposibilita el ascenso social. Las clases sociales no son
esos espacios intercambiables que definía así el economista conservador Joseph
Schumpeter “Son como los hoteles o los autobuses, que siempre están llenos,
pero de gentes dlstintas”. No, se trata de estamentos estancos. Gente que sabedora de su
fatalidad ni siquiera se acerca a las urnas en días de elecciones.
Puede
que esos beneficios libres de impuestos de los que se benefician los poderosos
les sirvan para comprarse un yate mayor.
En el caso de que sean las compañías quienes los ahorran les servirán para aprovechar
el progreso tecnológico reinvirtiéndolo en nueva tecnología, lo que redunda en la sustitución de
trabajadores o, en el caso mejor, en la descualificación de estos, que quedan
sumergidos en el sector servicios como camareros, conductores o reponedores de supermercados. (Quede tranquilo Arias Cañete,
que ya vuelve a haber camareros como los de antes. Ahora puede que le sirva el
cafelito un doctor ingeniero o un arquitecto).

Datos
recientes de la escuela de negocios Eada
y la consultora ICSA sirven para constatar la creciente disolución de la clase
media. "Estamos ante una clara tendencia a la polarización: la subida de
los directivos choca con la caída del resto, dos segmentos en los que los
sueldos se equiparan por la parte baja, donde la tendencia es a la
homogeneización; mientras los que más ganan, ganan cada vez más y además rompe
la tendencia de estar por debajo del aumento del IPC" señala el informe.
En cualquier país de la OCDE el salario mínimo es insuficiente para
cubrir las necesidades elementales, para salir de la pobreza.
Y que decir de nuestro país, donde las leyes laborales
impuestas por esa “calamidad” de gobernante intenta disimular la caída del
empleo bajo su mandato manipulando las cifras: un licenciado en cualquier
disciplina firma un contrato de tres
horas para servir una cena en un restaurante y es un parado menos para ese
bribón –luego le hacen quedarse a lavar los platos por el mismo precio y si no
acepta no lo llaman más-. A pesar de
todos esos contratos por horas, la tasa de paro es histórica según la EPA; y a mayo de 2015
la población por debajo del umbral de pobreza era del 22% (más de diez millones
de personas; una cifra que se eleva al 45% en el caso de los parados) (Fuente:
Eurostat e INE). El riesgo de exclusión
social (que incluye la baja intensidad laboral y la carencia material) afectaba
ya al 29%.

Antes de la entrada del SPD en el
Gobierno alemán, los
minijobs (contratos de 20 horas semanales) sirvieron para rebajar las cifras
del paro. Los minitrabajadores ganaban cinco euros por hora. Una de las
condiciones de los socialdemócratas para entrar en el Gobierno de Merkel fue el
establecimiento del salario mínimo en 8.50 euros por hora, aumento que según
los agoreros recortaría en un millón los empleos, pero que por el contrario
sirvió para crear 275.000 nuevos puestos de trabajo en un año.
Recordemos que en España el salario mínimo es de 3.91 euros.
Aviso a navegantes: la socialdemocracia será la misma mierda
que el PP, según dicen algunos neoanguitistas, pero miren las cifras del
párrafo anterior: la subida del SMI en Alemania fue del 70%.
Julio G. Mardomingo
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