jueves, 19 de junio de 2014

¿Casualidad, coincidencia o connivencia?




Sea lo que sea, el hecho es que hoy, 19 de junio, han coincidido en los balcones y en las calles de Madrid, y posiblemente en otros rincones del Estado, tres banderas rojiamarillas: una anticipada, la de “la Roja”, a la que los avatares del juego del fútbol han marcado con un crespón negro; la del Corpus Christi, más luctuosa y sangrante; y la genuina, la de los monárquicos, la de Rajoy y sus banqueros, la de los que mandan y quieren seguir mandando.

No cabía una cuarta bandera, la legítima, la que los españoles decidieron democráticamente y defendieron durante tres años frente a los que querían mandar como fuese, y matar a quien intentara impedirlo.
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Léase en El País de hoy (19/06/2014):

La policía ha detenido esta mañana en el centro de Madrid a cuatro personas, acusadas de desobediencia, durante tres incidentes ocurridos por llevar camisetas y emblemas republicanos, según fuentes policiales”.
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El riesgo potencial que puede suponer la exhibición de banderas o símbolos republicanos y una concentración reivindicando la República es suficiente, según la policía y el Tribunal Superior de Justicia de Madrid, para impedirlos. El riesgo “real” y “cierto” de que se produzcan hoy altercados durante la proclamación de Felipe VI prevalece sobre las libertades de reunión y expresión, según el tribunal”.
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En el caso de la policía, los agentes han impedido exhibir banderas u otros símbolos republicanos en el recorrido que han realizado el nuevo rey Felipe VI y su esposa por el centro de Madrid y sus alrededores. El argumento es que pueden suponer una provocación hacia las personas que sigan el desfile.”

Solo acciones así pueden salir de la obtusa mente del ministro de Interior, de ese peculiar vidente que aprovechó una visita a Las Vegas para recibir el alumbramiento del Mesías, y que, agradecido, otorga la medalla al mérito policial con carácter honorífico a la Virgen de Nuestra Señora del Santísimo Amor.
Lo curioso de esta  estrafalaria decisión ministerial es que la demanda de la asociación aragonesa y laicista ‘Movimiento Hacia un Estado Laico’ -MHUEL- , junto a Europa Laica, contra ese otorgamiento, fue admitida a trámite por la Audiencia Nacional, pero la Abogacía del Estado presentó un escrito en el que señala que la jueza titular, Ana María Jimena,  no  tenía competencia objetiva para el conocimiento” de la causa porque la Virgen del Amor “no es una funcionaria”.
¿Quién relataría mejor el suceso: ¿Valle Inclán? o ¿Groucho Marx?

Pues bien, ese sujeto que piensa que las camisetas o las banderas son muy peligrosas para los ciudadanos;  ese disparatado ministro que controla las libertades, los deseos, las voluntades de 46 millones de ciudadanos, en vez de tener una silla en un Consejo de Ministros, cuyas tonterías son secretas, debería quizá  estar en una celda de la Trapa, o, probablemente  en el Conxo.

En cuanto al discurso inaugural, Arthur Mas ha venido a decir que es más de lo mismo, que le "hubiera gustado escuchar que estamos en un Estado plurinacional”.
Cierto que se trata de lo que venía diciendo, año tras año, su majestuoso padre, o el cold turkey de Rajoy.
El nuevo monarca apostó en su discurso ante las Cortes por “la unidad y no la uniformidad de España”, porque “caben distintas formas de sentirse español".
Sabido es que tanto a Mas como a Urkullu, cuando oyen la palabra España o español se les eriza el vello.
En realidad es lo que más o menos dijo su augusto padre en 1975, solo que ahora, que nuestros menguados militares están procurándose ascensos en el tercer mundo, o preparando el desfile anual de la Victoria, podía haber ido un poco más lejos en lo de las naciones patrias. 

El País, en su intento de superar al Hola y al ABC por la derecha monárquica se permite, incluso, falsear las edades de la real familia. Así su redactora Mábel Galaz escribe en el digital del 19/6/2014:
La hermana menor (sic) del nuevo monarca fue excluida del acto de proclamación. Vive apartada de la familia real por la imputación de su marido.”
Según sabemos , no fue solo su marido el imputado, también lo fue la infanta Cristina, que, aparte del imputación, tiene tres años más que el nuevo rey.

Por su parte la gente del PP sigue pensando en las adhesiones inquebrantables y las adicciones al Régimen. Así, la representante en Cataluña del PP, Alicia Sánchez-Camacho, ha acusado a Mas de no haber estado a la altura de su cargo por "no haber aplaudido" o haberlo hecho de forma leve durante el discurso.

¡Mal empezamos!

Julio G. Mardomingo

En la foto, un policía se lleva retenida a una mujer que llevaba una bandera republicana, que requisa y porta arrugada en la mano (J.R. Robles)

lunes, 9 de junio de 2014

Carta a un monárquico de izquierdas

“Espero que no habré de volver, pues ello 
sólo significaría que el pueblo español 
no es próspero ni feliz”

(Alfonso XIII al partir para el exilio. 
Abril 1931)
                                                                              
Tres grandes maldiciones han arrastrado históricamente a los sufrientes ciudadanos de este país: la Iglesia católica romana, los monarcas de las dos grandes dinastías y, a partir de siglo XIX, el Ejército. 
El papel de la Iglesia ha sido y sigue siendo tan ominoso, tan persistente, tan aborrecible, que requiere un escrito aparte. No menos negativo y pernicioso, si bien más breve comparado con aquella, ha sido el papel de un Ejército, que desde la guerras napoleónicas no ha ganado ninguna batalla que no fuera contra el pueblo que lo mantenía. Pero, afortunadamente, los vientos de la historia reciente lo han alejado de los avatares de nuestras vidas. 
Queda pues analizar cómo las dos dinastías dominantes han contribuido durante los últimos cinco siglos a que seamos lo que somos como nación y como colectivo humano. Reste también para un estudio más profundo la interrelación y la concomitancia de esas tres instancias en nuestro devenir histórico.

La historiografía española sitúa los comienzos de la Edad Moderna a principios del siglo XVI. Con ese nuevo siglo nace en Gante el que sería rey Carlos I de España y emperador Carlos V del Sacro Imperio Romano. Educado en Flandes, y sin conocer prácticamente la cultura y la lengua españolas, es nombrado rey de Castilla y Aragón en 1516. Quizá fuera ese desconocimiento del idioma castellano el que lo llevara a rodearse de consejeros foráneos ávidos del dinero de Castilla. Un año después de su coronación, se produce un hecho trascendental en Europa: Lutero publica en Wittenberg sus 95 tesis reformistas: es el comienzo de la Reforma; un hito que acabará dividiendo a la Europa cristiana; haciéndola, cuanto más al norte, menos dependiente de la Iglesia romana. En el sur, por el contrario, mediado el siglo, surge una cerril y persistente contrarreforma católica. 
En 1521, el recién elegido emperador del Sacro Imperio Romano, convocó la dieta de Worms, e invitó a Lutero a explicar su doctrina; el monje, a pesar de sus temores, acudió, y la expuso ante el propio emperador. No consiguió el agustino convencer a Carlos V, que reafirmó su declaración de fidelidad a la Iglesia Católica, convirtiendo así a su dinastía –los Habsburgos-, en la primera fuerza de oposición a los protestantes. El doble trono del Sacro Imperio y de España condenó a esta última a ser el baluarte cerril del catolicismo en Europa, forjando así la España ultracatólica e intolerante que ha durado hasta nuestros días. Ya en 1529, los príncipes cristianos alemanes presentaron al emperador la “Protesta de Espira”, en contra de un edicto que anulaba la tolerancia religiosa legalmente vigente en los principados alemanes. 
El advenimiento del nuevo rey al trono imperial lo sufragaron los castellanos: 850.000 florines de oro para pagar sobornos por toda Europa; incluso se trató de “vender” a Francia el recién conquistado reino de Navarra. La mayor parte del exorbitante dinero prestado por todos los banqueros de Europa, lo canalizaron los banqueros Fugger, los financiadores del Emperador durante todo su reinado. Como consecuencia la corona se declaró en bancarrota un año después de su abdicación. 
Carlos V se autoconvenció muy pronto de que la fe cristiana era el elemento aglutinador de todos sus territorios y, en general, de todos los pueblos de Europa, sangrando de esa forma a los castellanos en sus guerras religiosas; mientras, otros reyes de su época se sentían vinculados esencialmente a sus reinos respectivos. Fue el caso de su primo, Francisco I de Francia, y de Enrique VIII de Inglaterra.

Felipe II heredó una deuda de su padre de unos veinte millones de ducados, y tras declararse en bancarrota en otras dos ocasiones dejó a su sucesor una deuda que quintuplicaba esa cifra. 
Tras su coronación, Felipe II se aprestó a satisfacer el deseo expresado por su padre en su testamento de 1558: construir un monasterio monumental que asegurase el culto y albergase el panteón de la dinastía. El nuevo rey no dudo en concederle al Creador una casa donde alabarle y glorificarle por su intercesión en las múltiples batallas que libraba. La obra de El Escorial duró más de 21 años y su coste varía, según los historiadores, entre 6 millones y 14 millones de ducados. Si consideramos que los ingresos de la hacienda real de Castilla no llegaban a 6 millones de ducados anuales, el resultado fue que la obra consumió todos los ingresos de Castilla de un año. El monumento faraónico, construido en un paraje inhóspito, a más de cincuenta kilómetros de la corte y de las dos capitales más próximas: Segovia y Ávila, no estaba destinado, como fue el caso de las catedrales en las grandes ciudades, a albergar fieles, sino sólo tumbas reales y a unos cuantos frailes. 
La historiografía considera que la extrema pobreza que sumió al país al final de su reinado tenía su origen en las continuas guerras que libraba en defensa de la cristiandad y en mantener el dominio de posesiones lejanas, que consumían más recursos que los que brindaba a la España de entonces. Mientras, en Inglaterra, la reina Isabel I, comenzó su reinado estableciendo una iglesia protestante independiente de la romana, sometida al poder político, convirtiéndose, así, la soberana, en la máxima autoridad religiosa, y haciendo de Inglaterra la primera potencia mundial.

El siguiente habsburgo, el rey Felipe III, convencido de que debía dedicarse a los placeres propios de su rango, dejó el gobierno de la nación al duque de Lerma. Un valido que se enriqueció por su saber manejar el tráfico de influencias, la corrupción y la venta de cargos públicos. Una vez cesado el duque le sucedió su hijo, el duque de Uceda, un político incompetente que acabó muriendo en la cárcel, adonde había ido a parar por tratar de perpetuar su clan familiar en el poder, a una camarilla ávida de privilegios. 

El cuarto monarca habsburgo, Felipe IV, heredó la molicie real y nombró para todos los asuntos de Estado a don Gaspar de Guzmán, que además de duque era conde –conde-duque de Olivares-, que comenzó tratando de regenerar el Reino de los desmanes de los anteriores validos, pero acabó, para afianzar su poder, formando una clientela política con sus propios parientes, amigos y allegados, acumulando para su casa títulos, rentas y propiedades. 
Con el último habsburgo, Carlos II, sobreviene la séptima quiebra de la Hacienda Pública.

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Con la llegada de los borbones se produce un cambio de tendencia: en lugar de favorecer a la cristiandad austríaca se favorecerá a la opulenta Francia, hasta llegar al extremo de que Carlos IV y su hijo Fernando, el rey felón, llamado el “Deseado” -más le hubiera cuadrado como apodo “el Indeseable”-, “regalan” España y sus posesiones a la dinastía napoleónica, abdicando a favor de un hermano del dictador bonapartista. Previamente, Manuel Godoy, Duque de la Alcudia con Carlos IV, había llegado a ser el primer generalísimo en la historia del país. Su mala prensa fue, en parte, promovida por la nobleza, que le consideraba un advenedizo y un amante-protegido de la reina Maria Luisa "la reina lasciva", quien supuestamente enriquecía a su favorito a expensas del tesoro público. Fue depuesto tras el llamado “Motín de Aranjuez”. Pero la apoteosis del choriceo borbónico llega con la regente María Cristina de Borbón junto al especulador marqués de Salamanca, quizá el primer político que reconoció públicamente que “entraba en política para "forrarse”. 
La reina fondona; Isabel II, cambiaba de amante como de camisa, y cuando se cansaba de ellos: espadones y chuloputas, les regala un título nobiliario y un millón de reales a cuenta del esquilmado erario público, A pesar de ganar 36 millones de reales al año intentó embolsarse una comisión del 25% por “donar” al estado propiedades que ya eran del Estado. El descubrimiento del fraude causó la destitución del denunciante, Emilio Castelar, como catedrático de la Universidad Complutense. Por entonces había censados en el país más de 250.000 pobres de solemnidad y dos millones de jornaleros agrícolas, con salarios de miseria. Cuando en septiembre de 1868, la reina tuvo que coger el tren hacia el exilio en París, figuraban en el esperpéntico cortejo tanto el marido como su último amante. 

El reinado de Alfonso XIII, llamado “el Africano”, se significa por el amor del monarca al Ejército. Pasó la vida entre los militares y acaó entregando el gobierno de la nación a uno de ellos, a Miguel Primo de Rivera. En Julio de 1921, el rey envió un telegrama al general Silvestre, en el que le instaba a tomar la bahía de Alhucemas para el 25 de julio, día del cumpleaños de su Majestad. Silvestre, a pesar de conocer su débil posición ante las andrajosas tropas de Abd el Krim, cumplió las órdenes del monarca. El resultado fue la muerte de entre 13.000 y 19.000 soldados españoles –ni siquiera fueron capaces de precisar el número de bajas del conocido como “Desastre de Annual”.

Al día siguiente a las elecciones municipales del 12 de abril de 1931, el "comité revolucionario" republicano-socialista hizo público un comunicado en el que decía que el resultado de las elecciones había sido «desfavorable a la Monarquía [y] favorable a la República» y anunciaba su propósito de «actuar con energía y presteza a fin de dar inmediata efectividad a [los] afanes implantando la República» La República no fue la conquista de un movimiento republicano con raíces sociales profundas, sino el resultado de una movilización popular contra la Monarquía. Al día siguiente, Alfonso XIII abandonaba el país sin abdicar formalmente; mientras, el pueblo, subido a los techos de los tranvías en Madrid, los barría con sus escobas cantado “No se ha ido, que lo hemos barrido. No se “marchao, que lo hemos “echao”. 
Un gobierno provisional se hizó cargo del país hasta la aprobación de la nueva Constitución a finales de ese año y la formación de un Gobierno democrático, que se mantuvo hasta la consumación del golpe de Estado del general Franco y sus conmilitones en 1939; es decir, ocho años tras la proclamación de la II República. Al comenzar la Guerra Civil Española, el depuesto monarca apoyó fervientemente al bando sublevado, afirmando ser un “falangista de primera hora”, hasta el punto de, en abril de 1937, hacer llegar al general felón un millón de pesetas, para sufragar la rebelión fascista-militar.

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En 1978, haciendo caso omiso de la legalidad y vigencia del régimen de la Segunda República, se aprueba y ratifica una nueva Constitución que restaura la monarquía borbónica. Relatar la historia de esa dinastía durante los dos últimos siglos hubiera requerido las plumas de William Shakespeare y de Ramón María del Valle Inclán, escribiéndola al unísono: 
Niños muertos en el parto, infantas prematuramente fallecidas, reinas desdichadas, reyes consortes apartados de la Corte para satisfacer los amores espurios de las soberanas, son parte de la "maldición" que los Borbones vivieron durante casi dos siglos. 
En 1938, el primogénito, el príncipe Alfonso, murió en un accidente de tráfico en Miami; cuatro años después de que, en otra tragedia, muriera su hermano menor, Gonzalo. Ambos (hijos de Alfonso XIII) tenían hemofilia, una enfermedad genética, perpetuada por su endogamia. El otro hermano, el infante Jaime, fue sordomudo desde la niñez, y su muerte se debió, aparentemente, a una feroz pelea que mantuvo con su esposa alcoholizada. Ambos fueron apartados de la Casa Real por haber contraído matrimonio morganático. Sobre el hijo de este último –Alfonso de Borbón y Dampierre-, las habladurías lo situaban como parte del plan B del dictador Franco para el supuesto de que Juan Carlos o su padre se rebelaran a sus designios. Rumores reforzados al anunciar Alfonso de Borbón, en 1971, su boda con la nieta de Franco, Carmen Martínez-Bordiú. Ya el padre de Alfonso, Jaime de Borbón, había denunciado su anterior renuncia a los derechos sucesorios.. Siguiendo la trágica tradición borbónica, el yerno de Franco moriría en los años ochenta, decapitado por un cable eléctrico mientras esquiaba en Estados Unidos. Tampoco el hasta ahora soberano quedó libre de esa maldición: en un día de jueves santo de 1956, Juan Carlos mató a su hermano Alfonso de un disparo en el cráneo. Se aceptó el fatal desenlace como un accidente casual. 

Las tres legitimidades de Juan Carlos I:

Mucho se ha hablado, pero más se ha callado, sobre los principios legitimadores de la monarquía juancarlista: No cabe ninguna duda de que el principal impulso que lo llevo a ocupar el desaparecido trono mana del espíritu del dieciocho de julio, de las leyes de sucesión que el déspota se sacó de la manga, y que los españoles, bajo la presión de militares golpìstas, de pistoleros fascistas, de políticos de la caverna franquista y de otros arribistas, acabaron finalmente aceptando en una Constitución arrebatada, votada bajo presión, tal como se hizo patente un 23 de febrero, dos años y dos meses después. 
La pregunta sometida a referéndum rezaba “¿Aprueba del proyecto de Constitución?”, Una Constitución que en el Artículo 1.3 de su Título Preliminar declaraba a la Monarquía Parlamentaria como la forma política del Estado español. Se soslayaba, así, la legítima vigencia de la Segunda República, tras el paréntesis de la Dictadura militar. El Proyecto fue aprobado por el 87,78% de votantes que representaba el 58,97% del censo electoral. 
Más enrevesada resulta la legitimación dinástica, no ya la mencionada elección unipersonal del Dictador, sino la que alteraba la línea legítima de sucesión. Una línea que, tras múltiples avatares, se fijó en Juan Carlos, primer hijo varón de Juan de Borbón.
Don Juan de Borbón, nacido tercero entre los hijos varones de Alfonso XIII, no albergaba grandes esperanza de llegar a reinar. Sin embargo, tras los trágicos avatares de esa familia, su padre Alfonso XIII, se percató de que Franco, a pesar de lo del millón de pesetas, no estaba dispuesto a devolverle al trono, y nombró, así, en 1941, sucesor dinástico a su hijo Juan: Este ya había tenido contactos con el Dictador: el 1 de agosto de 1936 cruzó la frontera cubierto con las insignias falangistas y requetés, para presentarse voluntario ante los rebeldes, y luchar contra el régimen legítimo republicano. Franco lo devolvió a la frontera pensando, quizá, que para matar españoles se bastaba él. La animadversión entre ambos fue creciente, lo que no impidió que el 19 de julio de 1969, Franco nombrara a su hijo Juan Carlos como su sucesor, con el título de rey, en la Jefatura del Estado. Tras ese hecho, don Juan de Borbón no renunció a sus derechos dinásticos, incluso no le concedió a su hijo el título de Príncipe de Asturias. Así pues, según la tradición borbónica, no se puede considerar rey a Juan Carlos I hasta que Juan de Borbón no abdicó en la persona de su hijo en 1977. En esa saga, hablar de legitimidad dinástica, nos recuerda vagamente al don, nombrando a “Sonny” Corleone, como jefe de la familia.

La abdicación 

Se habla de decisión “repentina”, pero entre los rumores crecientes, la señal última fue el cese de los directores de los tres periódicos de ámbito nacional: El País, El Mundo y La Vanguardia. El último editorial del periódico fundado por Pedro Jota no parecía muy del agrado ni de Rajoy ni de la Casa Real. Una de sus portadas, tras la declaración de la princesa Cristina ante el juez, rezaba:

 412 'no sé', 82 'no lo recuerdo', 
58 'lo desconozco' y 7 'no me consta' 

Tampoco pareció gustarle mucho a Rajoy que El Mundo sucediera a El País en la publicación de los papeles de Bárcenas. En cuanto a El País, pareció no agradar a ninguno de ellos que su director “rescatara” a Santos Julía y publicara, este, un artículo recomendando la abdicación. El País, no sólo publicaba edición extraordinaria el día del anuncio, sino que parecía tener preparas nueve páginas de panegíricos y alabanzas para ese día y los siguientes. La revista Mongolia de este mes dice con sorna, que El País se repartirá como suplemento dominical de La Razón. Como muestra de sectarismo y manipulación, compárense la portada del periódico de papel de este domingo (8/6/2014), que tras una encuesta dice:

“Una mayoria prefiere a Felipe VI que a un presidente republicano”, 

con la portada del digital del mismo diario en ese día:
 
“Un 62% de españoles quiere votar sobre la jefatura de Estado”
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 En cuanto a La Vanguardia, parecía no gustarles ni el despego hacia lo que los catalanes consideran “cosas de los españoles” ni las veleidades soberanistas de su director, Antich.

¡Ni pincha, ni corta! 

Esta expresión extendida entre la ciudadanía parece muy lejana a la realidad, baste leer el Capítulo III, Art. 62,b: “[corresponde al Rey] convocar y disolver las Cortes Generales y convocar elecciones en los términos revistos en la Constitución “ 
Que ejerza esos derechos o no es otro asunto. Pero sí pincha y sí corta, baste recordar cómo durante el mandato de Adolfo Suárez, pedía a su “tío” el sha de Persia 10 millones de pesetas para “reforzar” al partido del presidente en unas elecciones municipales. No mucho después, clamaba “a ver si me libráis de este”, tras haber oído las quejas sobre Suárez de los militares que le visitaban antes de que florecieran los almendros en 1981.

La chapuza constitucional 


Este país parece siempre sumergido en la improvisación, incluso en las cuestiones más trascendentales.. El Articulo 57.5 del Título II de la Constitución vigente reza:

“Las abdicaciones y renuncias y cualquier duda de hecho o de derecho que ocurra en el orden de sucesión a la Corona se resolverán por una ley orgánica”. 

 Pues, bien, el Rey ha anunciado su abdicación y, 36 años después, la ley está por hacer. 
¿Qué puede haber sucedido? 
Quizá toda esta desidia nazca del convencimiento en los que mandan de que la mejor ley “de la Corona” es la que no se escribe. Veamos: 
La dificultad de promulgar esa ley puede surgir de las chapuzas en la Constitución de 1978, que en su Artículo 57.1 del Titulo II proclama la preferencia en la sucesión del varón a la mujer; mientras que en su Artículo 14, dice que los españoles son iguales ante la ley sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacionalidad, raza, sexo, … 
Es decir, en 1978 se habría aceptado a Juan Carlos I porque lo mandaba el dedazo de Franco, pero difícilmente hubiera podido discriminarse posteriormente a las mujeres de la Familia Real. En definitiva, la legítima heredera hubiera sido su Alteza, la infanta Helena de Borbón, por haber nacido antes que sus hermanos. Pero al margen de todas estas consideraciones, y dado que el grado de confianza de la ciudadanía sobre esta institución es de







3.72 sobre diez, ¿no convendría aprovechar el vacío legal y elegir otra forma de jefatura de Estado que cuente con un mayor consenso? ¿Acaso podemos seguir permitiéndonos manipular los periódicos y censurar las portadas de las revistas satíricas? . 

Julio G. Mardomingo .