¡Sí,
puede!
No
hace falta recurrir a profundas reflexiones, basta con visitar los tratados
más elementales de historia contemporánea, incluso las hemerotecas, para comprobarlo.
En el pasado siglo, un pobre
desgraciado, un simple conscripto afectado por los gases de la primera guerra
mundial, un emigrante desharrapado que vivió en un albergue de
caridad y más tarde en una buhardilla, en la que entretenía sus ocios y sus
fantasías arrojando migas de pan a las
ratas con las que convivía, decidió un buen día bajar a las tabernas, en las
que, cierto es, no bebía, pero encendía con su lenguaje, tan burdo como
estimulante, a los beodos desempleados.
Pocos años después, encerrado
por putschista en una cárcel de lujo, escribió un alucinante panfleto, un
amasijo de bobadas pseudohistóricas, con un denominador común: su odio paranoico
a los judíos, a los que acusaba de todos
los males de la nación alemana. Sirva de ejemplo el uso del término Jude, que emplea hasta 232 veces en su
delirante librejo. Conocido es el resultado de la aventura personal de ese desequilibrado:
60 millones de muertos, la mayor tragedia sufrida en la historia de la
humanidad.
Tampoco
es preciso retroceder demasiado en la historia, ya que a comienzos de este
milenio, dos idiotas y un socialista “a la inglesa”, en contra de todo el
Derecho de gentes, con argumentos espurios, decidieron comenzar una gran
matanza en la llamada “Cuna de la Humanidad”.
La
matanza se extendió rápidamente a los países vecinos y, a día de hoy,
veintitrés años después, son incontables las víctimas e imparable el éxodo de
civiles hacia Europa a resultas de lo que aquellos majaderos desencadenaran.
En
noviembre de 2011, un tribunal de Malasia condenó al “socialista” y al
principal idiota por genocidio y crímenes contra la paz; parece que al otro
bobo lo consideraron un mero comparsa.
¿Puede
alguien imaginar que el actual presidente del Gobierno en funciones hubiera aprobado
la reválida de cuarto de no haber sido hijo de quien fuera?
¿Qué
decir de unas oposiciones al Registro de la Propiedad?
¿Qué
podría recitar ante el Tribunal un tipo incapaz de leer sus propios escritos?
¡Pues
ahí está, tan pancho!, presidiendo una supuesta democracia avanzada y un
partido que más se asemeja a una asociación de malhechores; presuntos malhechores
que este buen provinciano de puro, casino y siesta acoge raudo en su seno; mientras
que a sus compinches en la cárcel les envía mensajes de ánimo.
Este
personajillo, cuyo nivel intelectual esta a la altura de sus lecturas: el
MARCA, ha contado todavía con el apoyo de más de siete millones de electores.
Dada la descomunal tasa de paro no cabe duda de que muchos de sus
incondicionales estén en el paro eterno, o de que alguno de los parientes más
cercanos de estos estén trabajando en un barucho por veinte euros en una jornada de sol a
sol; pero bueno, tampoco se puede esperar demasiado de una población que lleva
sometida más de un milenio a la tutela mental de los discípulos de Cristo en
concomitancia con los reyezuelos y mandatarios que causaban el asombro negativo
del canciller Bismarck.
Ya lo
decía el político y escritor checo Ludvik Vaculik, en una entrevista con
Ignacio Vidal-Foch (El País 29 Mayo
2004). Afirmaba ese sesudo filósofo que:
“la
observación, la reflexión y la estadística me llevó a la conclusión de que el
noventa por ciento de población es idiota. La observación, la reflexión y la
estadística me han convencido de que el 90% de las personas son estúpidas. En
consecuencia, votarán a un estúpido como ellos para que les represente. Y como
son mayoría... Fíjese en el caso de EE UU, el país más poderoso del mundo:
tiene un presidente idiota, y cómo iba a ser de otra manera si lo ha elegido
una multitud de idiotas...".
Otra
cosa es que esa asociación supuestamente política, el PP, tenga un número de militantes
que se acerque al millón. Una cifra realmente asombrosa en un país con tan poca
tradición asociacionista. ¿Qué hay detrás de esas cifras? Pues, puede ser que
algunos se afilien al olor de los dineros públicos, pero probablemente se trate simplemente
de buscar una justificación a los ingresos que lleguen desde otras fuentes. Un
caso parecido al de su socio concomitante, la Iglesia católica, que se niega a
borrar de sus libros a los bautizados que apostatan para poder, así, mantener
como católicos al grueso de la población, casi obligatoriamente bautizada hasta
tiempos recientes.
JGM