:
Twitter ha
extendido con profusión un viejo comentario del canciller alemán Otto von Bismarck
sobre España:
"Estoy firmemente
convencido de que España es el país más fuerte del mundo. Lleva siglos
queriendo destruirse a sí misma y todavía no lo ha conseguido."
Se refería,
naturalmente, el forjador de la unificación alemana a la incapacidad
tradicional de nuestros monarcas y
líderes políticos. ¡Cómo re reiría ese viejo zorro si nos viera ahora! Porque,
¿puede alguien concebir que un país relativamente importante, malgré lui, no se haya constituido aún en
un Estado moderno tras veinte siglos de existencia en un cerrado entorno
peninsular?, un país rodeado de las dos
masas marinas más importantes en sus dos milenios de historia. ¿Qué ha sucedido –en realidad que
ha faltado- para que el imperio donde no se ponía el sol vaya camino de volver
a ser la Castilla
del siglo XIV. ¿O para que el principal problema actual sea –y mira si la
crisis y la corrupción no lo son- la creciente desafección y ánimo secesionista
de los territorios vascos y los del antiguo Reino de Aragón.
Al visitar los
Estados Unidos llama la atención la profusión de la bandera de barras y
estrellas. Son legión los jardines y los edificios en los que ondea una bandera
americana, la de una Unión de Estados, esa insignia a la que a partir de los
trece espacios fundacionales se fueron agregando voluntariamente otros
territorios autónomos: Texas, Oklahoma, Alaska,
Hawai, etc., sumando simplemente una estrella más a esa insignia hasta
llegar a las cincuenta actuales. Es un símbolo que nadie allá discute, al igual
que cualquier ciudadano preguntado por su nacionalidad, sea de la étnia o país
de origen que sea, no duda en responder: “American”. Distinto, si viajamos
por el mundo y oímos hablar castellano: “¡Hombre, españoles!”, “ Hmm…Catalanes”.
No hablemos ya de Francia, un país unido territorialmente como una piña
desde los tiempos de Philippe
le Bel, cuyo hermoso y vehemente himno es respetado por la mayoría de los
franceses, lo sean
Ius soli o Ius sanguinis. O de Alemania, unificada en 1870 y
reunificada en 1990 tras el drama de la IIGM. Son países dotados de una gran solidaridad
unitaria, con un proyecto común originario. Recordemos que en las dos primeras
décadas del siglo XVIII, Escocia se unió Inglaterra para formar el Reino Unido,
mientras que Cataluña se agregaba a Castilla por “Derecho de conquista”. Y es
ejemplar el reciente referéndum escocés
que todos los brits respetaron.
Llama la atención de franceses y
anglosajones el escaso patriotismo de los españoles. Aquí las banderas aparecen
solo en los campeonatos de fútbol, en las verbenas y en las puertas de los
toriles; de ahí que algunos políticos patrioteros se las inventen, como Aznar, con
la desmesurada banderola de la
Plaza de Colón de Madrid, u otros alcaldes peperos para tratar de asimilar su
partido a la patria.
¿Por qué estas diferencias entre
estados tan próximos?
Pues, porque cuando esos países
fortalecían su unión, en España, mediado el siglo XVII, otro Felipe IV, también
guaperas y sex addict–se le atribuían al menos 46 hijos- jugaba a cara o cruz
si libraba al Imperio de Cataluña o de Portugal… ¡perdieron los catalanes!
En cuanto al patrioterismo militar,
todo es bien sabido. El Ejército español solo ha acumulado derrotas desde el
declive de los tercios de Flandes a mitad del XVII. Un Ejército golpista apuntando sus
armas contra su propio pueblo…¡y disparándolas contra él sin venir a cuento!
Un Ejército, que junto a
la Iglesia Católica, ha venido
dictando la política de este deshilvanado
país, si bien aquel un tanto menguado desde su
otanización, cosa que no ha ocurrido con los curas, cada vez más
crecidos por su comunión interesada con los
sectores políticos más reaccionarios, y que día a día se apoderan de todo lo
que encuentran sobre la superficie de la península.
¿Cómo pedir patriotismo a unos
ciudadanos que sufrieron el escarnio de aquel Ejército panchovillesco a la vez que coartador de libertades, cruel,
arbitrario, escarnecedor, plagado de tipos vagos, inútiles y profundamente
idiotizados –Un ejército que tuvo que absorber a toda la tropa franquista, que
ante las condiciones de miseria a las que la rebelión condujo al país no
hubieran tenido dónde caerse muertos-, todo ello bajo una corrupción mezquina, dado que entonces no
había gran cosa que robar, salvo la comida o los pertrechos de los conscriptos.
Unos soldados que más parecían esclavos al servicio no solo
de los oficiales sino de cualquier “chusquero”. Más que” servicio militar” ejercían
como “servicio doméstico” en las casas de sus superiores, o bien trabajaban
como mano de obra no remunerada en las “industrias” de los mandos, bien cuidando sus ovejas o utilizándolos como albañiles.
Pero lo más indignante era la violencia arbitraria e impune a la que se
sometía a los 200.000 conscriptos que cada año se incorporaban a la mili.
Cuenta algún biógrafo que aquel
general genocida pudo dar rienda suelta a sus instintos criminales en África. Dicen
que una vez sacó su pistolita y mató en
medio del campamento a un legionario que no recogió una cáscara de plátano que
había arrojado al suelo; un hecho que recuerda una escena en la película de
Spielberg sobre un Konzentrationslagers Fuhrer.,
Hasta finales de los ochenta no se
publicaron cifras de los muertos durante ese “servicio obligatorio” A partir de esas fechas se calculó una media
cercana a los 200 muertos al año, sin discriminar entre “accidentes” o
suicidios, pero llaman la atención visitando el edificio de algún cuartel general
importante, las cubiertas de plástico que protegen los patios a determinada
altura. Parecen ser medidas preventivas antisuicidio, como las redes que cubren
los patios algunos juzgados de violencia doméstica en Madrid para evitar que
los cónyuges airados maten a su pareja
arrojándola por la baranda..
El Día de la Cabra
Desde el “año de la Victoria”, en el que hizo
desfilar a todos los varones adultos de Madrid, con una medalla de cobre
conmemorativa prendida en el pecho, hasta la ansiada desaparición del gran
felón, este presidió lo que sin ambages
se siguió denominando “Desfile de la Victoria”.

Sabida es la animadversión de los
catalanes hacia el Ejército español: el origen de la “Semana trágica” de
Barcelona” fue la rebelión ciudadana ante el envío de conscriptos a la guerra
con Marruecos. Una guerra donde generales ineptos y corruptos atacaban a los
rifeños para, por ejemplo, celebrar el cumpleaños del rey (El
Cametas para los catalanes).
La inepcia, la corrupción, la
miseria en los pertrechos y la falta de convicción de los soldados hizo que en el
llamado “Desastre de Annual”, en solo cuatro horas de batalla frente a unos
rifeños desarrapados al mando de un antiguo funcionario español, Abd el-Krim,
muriera un total aproximado de 2.500 españoles, más 1.500 ocupantes de otras
posiciones, y fueron capturados aproximadamente 500 prisioneros.
El escándalo llevó a decir a Indalecio Prieto en las
Cortes:
“Estamos en el periodo más agudo de la decadencia española. La
campaña de África es el fracaso total, absoluto, sin atenuantes, del ejército
español.”
Cuentan que esa desafección de los catalanes hacia el ejército
español hacía que durante la
Dictadura franquista , los militares procuraran no vestir en Cataluña sus
uniformes fuera de los cuarteles.

En un alarde, sin duda provocativo,
el murciano Federico Trillo, el que siendo diputado bajo el Gobierno de Aznar
recibió dinero de empresas que ejecutaban obras públicas, decidió trasladar ese “
desfile de la
Victoria” a
Barcelona ante la oposición de la mayoría de los catalanes, que, organizados en
134 entidades políticas vecinales,
sindicales, culturales, etc. suscribieron un manifiesto que se pronunció en
términos muy duros contra el Ejército: afirmando que el desfile "es un acto de apología militarista y de
ostentación armamentística", añadiendo que "los ejércitos perpetúan un orden internacional injusto".
¿Cómo olvidar que si la Transición no pudo solucionar
los principales problemas: territoriales, depuración de responsabilidades,
etc., se debió a la extorsión, ni siquiera velada, de ese Ejército inútil, pero
fuertemente armado; recordemos que el cuerpo militarizado de la Guardia Civil
contaba con 100.000 efectivos -actualmente supera los 80.000-. Una extorsión
que se hizo patente pocos años después en aquel grotesco 22-F.
No fue una Constitución otorgada, pero
sí muy mediatizada, al igual que la imposición soterrada de otra restauración
de una Monarquía históricamente desacreditada: recordemos que el rey Juan
Carlos I no acudió a Euzkadi hasta el sexto año de su reinado, donde fue
recibido con abucheos en el Parlamento vasco.
Resultan incomprensibles el
voluntarismo o el interés de estos políticos nacionalistas españolistas, que
ante una desafección creciente, intentan crear un Estado unitario sobre la base de un centralismo inercial y la
falta del menor anhelo por parte de los periféricos. Los independentistas, por
el contrario, sí muestran gran entusiasmo, que sea cual sea su proporción lleva
todas las de ganar frente a la espiral de silencio se esa negación de la política que preside el Gobierno; ese comesobres que para satisfacer vaya
usted a saber a quién, recusaba el Estatut, aprobado democráticamente por catalanes y españoles, postulando firmas en
las mesas petitorias de la “milla de oro” de Madrid. Un Estatut aceptado por todos, que comenzaba a funcionar sin grandes
sobresaltos. O ese otro chulín del
bigote, que antes de gobernar por primera vez , en una reunión de periodistas, comentó ante las pretensiones catalanas “de eso nos ocuparemos nosotros”.
Himnos y fanfarrias
Con respecto a otros símbolos, nos
llama la atención ver cómo cualquier americano, ante los primeros sones de su
himno nacional, se pone en pie y posa su mano en el corazón. En Inglaterra, al menos hasta la “revolución” de lo sesenta, al final
de cada sesión cinematográfica sonaba el himno nacional (la gente lo llamaba
“The Queen”) y los espectadores se quedaban en pie hasta su fin.

Una simple mirada a la historiografía del pasado siglo, nos
permite decir que desde un punto de
vista de legitimidad política la única bandera y el único himno nacionales serían
la Bandera Tricolor
y el Himno de Riego. Ambos fueron aceptados democráticamente por todos los
ciudadanos del conjunto de países de
la República
como legítimos.
Durante el Trienio Liberal (1820-1823), el Himno de Riego fue nombrado himno de la monarquía constitucional española según decreto firmado por
Fernando VII el 7 de abril de 1822. No se solía cantar la letra que compuso Evaristo
Fernández de San Miguel, pero el pueblo las creaba
circunstancialmente:
“Si los curas y monjas
supieran
la paliza que les van a dar,
subirían al coro cantando
¡Libertad, libertad,
libertad!”
O cuando al comienzo de la República, ante la
negativa de un director de la Banda
Municipal de Madrid (creo que el Maestro Villa) de interpretarlo
al fin de un concierto, el gracejo madrileño cantaba:
“Sabéis por qué toca tanto
la Banda Municipal.
Sabéis por qué toca tanto,
Porque tiene que tocar”.
Por el contrario, parece que uno de
los motivos que llevo al sangriento dictador a firmar la sentencia de muerte de
las Trece Rosas, las trece muchachas
republicanas fusiladas en Agosto de 1939, fue un cántico inocente con el
soniquete del Cara al Sol y una letra
crítica al dictador.
En los largos años de la dictadura
del sátrapa, tras los noticieros elaborados por los turiferarios de El Pardo,
sonaba un pastiche de los tres himnos de los vencedores: la Marcha Real, el Cara al Sol
fascista y el himno de los requetés . Mi padre y otros muchos ciudadanos
bajaban el volumen en ese momento y no ya porque hubiera acabado “el parte” (curioso
término, que denotaba su origen guerracivilista).
La gran pitada
En una encuesta previa al encuentro
de final de la copa de fútbol realizada por el diario El Mundo sobre qué decisión tomar si se pitaba al himno nacional, más del 70 por
cientos de sus lectores participantes abogaban por suspender el partido.

¿Se imaginan la rechifla mundial si
algo así se hubiera producido? Ni siquiera se hizo en la tragedia del estadio
de Heysel en 1985 en Bruselas, donde una hora antes del comienzo del partido
entre el Liverpool y
la Juve
una avalancha producida entre los hinchas de los dos equipos produjo la muerte
de 39 aficionados y cientos de heridos.
La mayoría falleció por asfixia y aplastamiento y muchos cadáveres fueron depositados en un
espacio anexo al mismo terreno de juego, visibles desde otras zonas del estadio,
porque el partido no se suspendió.
Nunca sabremos si en
Barcelona silbaron al nuevo rey
de España, a la Marcha Granadera
o al absurdo y soberbio ministro Wert, que probablemente hubiera ido al palco
de honor para tratar de “españolizar” a los hinchas del Barça y del Athletic. Probablemente les silbaron a todos ellos.
El talento de los gobernantes actuales, que solo muestran
habilidad para afanar todo lo que pueden, no saben que pitar la “Marcha Real”
es una tradición en Barcelona, que ya en el año 1924, en un acto en el campo
del F. C. Barcelona, todo el estadio la silbó, con las consecuencias de que las
autoridades de Madrid clausuraron el campo durante seis meses.
Un decreto-Ley de Presidencia de Gobierno del 17 de Julio de
1942 imponía que volviera a sonar como himno el que fue hasta el 14 de abril de
1931. El decreto franquista precisaba que al paso de la bandera y al entonarse
el himno de debía permanecer en posición de saludo, detallando, incluso, la
posición. “Con el brazo derecho extendido en dirección al frente”
Para mas inri, la
versión del himno que se interpretaba era de propiedad privada según denunció
en El País, el periodista Miguel
Ángel Aguilar (El País, 29/4/1997);
así D. José Andrés Gómez y Dª
María Benito Silva, herederos del compositor y arreglista Bartolomé Pérez Casas,
percibieron solo entre 1990 y 1992 la nada despreciable cantidad de 15 millones
de pesetas en concepto de derechos de autor por la interpretación de dicho
himno.
Los “sobreros” del PP, a través de su lumbrera de portavoz,
el gran Floriano, a pesar de que ya, en 2009, tras una pitada en la final de
copa, los jueces del Tribunal Supremo, más juiciosos que estos tragasobres,
dictaminaron que se trataba de algo totalmente amparado por la libertad de
expresión, pide “estudiar medidas legales” para que no vuelvan a darse las
pitadas. Quizá a alguno se le ocurra algo como a los milicos argentinos durante
el gobierno-borrachera de Galtieri. Grabar en vídeo las gradas desde las que
les cantaban “Se va a acabar la dictadura militar”, ampliar las imágenes y
buscar a la gente para “desaparecerla”.
Curioso constatar cómo los que intentan imponer unos símbolos
desprestigiados intentan asimismo prohibir con sus leyes mordaza la libre expresión de quienes los criticamos.
Mala educación aducen algunos, como si los comentarios en los
que se jactan de sus tropelías y chorizadas los albondiguillas,
cabrones, hijoputas, ratas, rubias, curitas, y demás desvalijadores del
erario público desde sus puestos políticos en el Partido Popular mostraran una
buena crianza.
Rajoy condena los ataques contra los símbolos que representan
al conjunto de los españoles. Lo que induce a una respuesta inmediata: “protestan
todos los que no se sienten representados por esos símbolos”. ¿Lo entiende
señor Rajoy?
Julio G Mardomingo