viernes, 12 de abril de 2013

¿Partido o asociación de malhechores?





 ¿Puede una asociación de malhechores encontrar un nicho de negocio en la política?
O dicho de otra forma ¿pueden llegar a asociarse unos truhanes para, aprovechando las leyes de asociación política, enriquecerse lo antes posible?
¿Pueden esos políticos alcanzar tanto poder como para poder modificar las leyes a su favor y facilitar el latrocinio de sus clientelas, tratando a la vez de aumentar ese poder hasta el punto de que les permita perpetuarse en sus atracos? Pues sí, los resultados son patentes, sobre todo en esta afligida patria.

Ya ha habido claros ejemplos de cómo leyes desafortunadas pueden favorecer de  inmediato la formación de  grupos de delincuentes que, aprovechando los nichos de negocio que se les ofrecen, se enriquecen a toda prisa.
Véase cómo en los Estados Unidos, en 1919, tras la promulgación de la llamada Ley Volstead, conocida también como “Ley Seca”, que prohibía el alcohol en todo el territorio estadounidense, se organizaron rápidamente partidas de forajidos para satisfacer la demanda latente, lo que durante trece años –hasta la derogación esa Ley- les permitió amasar grandes cantidades de dinero. Un dinero que, a diferencia de otros casos, no  obtenían saqueando directamente los fondos públicos, pero sí indirectamente, por ser una riqueza que no tributaba al fisco.
Pese a todas las tropelías que cometiera, el quizá más notorio criminal de esa época, Al Capone, fue finalmente encerrado en la prisión de Alcatraz, y murió poco después de salir de el. No lo condenaron por  tráfico ilegal de substancias tóxica sino por no pagar impuestos. Su principal error fue confiar en el contable de su organización, un tipo secundario que anotaba en un cuaderno todos los movimientos del negocio ¡¿Les suena!?      
En los Estados Unidos, hubiera dado igual que Al se hubiera enriquecido montado una gran cadena de carritos de hotdogs a lo largo de los estados de la Unión; hubiera ido al trullo por lo del los impuestos.

Tras la Gran Depresión de 1929, se promulgo la Ley Glass-Steagall, que marcaba la diferencia entre banca de depósitos y de inversión. En 1981, en pleno arranque neoliberal, Reagan  comenzó a liberar los controles bancarios. En 1999, Clinton derogó la ley Glass-Steagall. A partir de ahí se abrió el gran nicho de negocios para el capitalismo más voraz, más especulativo, más inmoral y más delictivo. Es la época que llevó a aquello de ofrecer a cualquier negro que estuviera calentándose con tablas ardiendo en un bidón, dentro de una casa remirruinosa, la posibilidad de comprarla, simplemente estampando la huella de su dedo en un papel. El papel señalaba una hipoteca que se fraccionaba y se empaquetaba con otras similares para que la comercializaran a buen precio los principales bancos mundiales.

Pero volviendo a nuestro primer párrafo, a nuestro afligido país, ¿qué ocurrió? Pues, parece, que ante unos buenos augurios desarrollistas, unos cuantos espabilados, la mayoría sin oficio ni beneficio, decidieron ocupar el lugar al que la derecha, tras la Transición, no pudo copar por su tufo franquista. Su estrategia fue fundar un partido político de nuevo cuño.
Prometiendo esto y aquello, por aquí y por allá, a los que aspiraban a la gran buffe, salió el dinero del alcantarillas para comprar a aventureros notorios, periodistas –algunos se cambiaron rápidamente al bando emergente- y posteriormente apoderarse de la mayor parte de los medios, TDTs incluidas.
Una vez en el poder, se modificaron las leyes según lo prometido y ¡hala!, a edificar hasta sobre la tumba de los ancestros. El efecto feedback resultó inevitable, de los grandes beneficios una parte significativa fue a parar a los”facilitadores”, que se repartieron un monto, y el resto lo dedicaron a mantener e, incluso, a incrementar el “fondo de reptiles”. Con todo el Poder en las manos, habrá que conservarlo, pensaron. Ahí aparece el “Gran Hermano”, el autoritarismo fascista.
Naturalmente, y según dice el viejo adagio, de que “el que parte y reparte se queda con la mejor parte”, los tesoreros amasaron grandes fortunas en un plis plas y las pusieron  a buen recaudo en la charca financiera suiza.

El pasado martes (9/4/2013), publica Miguel Angel Aguilar en El País un artículo titulado  “Rajoy la Leyenda Negra”, en el se pregunta si para Rajoy constituye una leyenda conspirativa  que los cuatro tesoreros que ha tenido hasta ahora un partido de nueva creación hayan sido imputados por corrupción. Diga lo diga el señor Rajoy, más que una leyenda parece un hecho constatado; tan innegable cómo que uno de los primeros miembros de su partido que confesó que “se metía en la Política para ‘forrarse’, llegara a ocupar dos de los más altos cargos políticos del país.

Y aquí estamos. Dado que ya se fragua poco cemento, parece que el próximo botín consiste en “liberar” el patrimonio social público, que tanto costó construir –gran parte de él se desarrolló durante el franquismo- y ocupar grandes cargos sobre sus privatizados despojos.

Julio G. Mardomingo














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