martes, 22 de agosto de 2017

Tres libros alemanes

Algunos historiadores presumen de determinar con fecha y hora el comienzo de las grandes eras o epopeyas históricas de la humanidad; e.g.; las nueve de la mañana del catorce de Octubre de 1066 como el comienzo del fin de la monarquía anglosajona y de la anexión de Inglaterra al ducado de Normandía, día y hora en la que las flechas de los longbows de Guillermo el Conquistador nublaran el cielo de Hastings.
Propongo a alguno de esos scholars que traten de fijar el comienzo de la Edad Moderna en el 31 de Octubre de 1417, el día en que supuestamente Martin Lutero clavó sus 95 tesis en la Schlosskirche de Wittenberg.

En realidad, la idea original de esta entrada era resaltar cómo dos libros alemanes cambiaron el curso de la historia. Ahora la efeméride quincuasecular hace inevitable incluir entre ellos las proclamas de Martin Lutero en Wittenberg; unos escritos incluso más trascendentes por su presumible perennidad.
Permítaseme un inciso:

Aunque las grandes aportaciones teóricas a la Ciencia Política moderna provienen principalmente de autores británicos y franceses, sin olvidar, por supuesto,  al gran padre de esta ciencia, el florentino Maquiavelo; han sido dos publicaciones alemanas las que claramente modificaron el curso de la historia:
El 21 de Febrero de 1847 se publicaba por primera vez, en Londres, El Manifiesto del Partido Comunista (Manifest der Kommunistischen Partei), un librito de tapas verdes de solo 24 páginas que se convirtió en uno de los tratados políticos más influyentes de la historia, cambiando el curso de esta no solamente en Europa sino en el resto del mundo. Durante tres cuartos de siglo inspiró la transformación del Imperio ruso e, incluso, en la actualidad más de 1.500 millones de ciudadanos viven bajo un sistema político basado en lo que emanó de aquel breve ensayo.
Según datos de El País (27 Oct 2013), el libro más vendido de la historia era la Biblia; el segundo era el Manifiesto comunista, de Karl Marx, una obra que al socaire de la recesión económica ha visto resurgir sus ventas en los últimos años, sirva como ejemplo que Penguin vendió 1.700 copias de una edición popular en solo una semana. Al igual ha sucedido con  El Capital, otra obra del filósofo alemán que vende cientos de miles de ejemplares en todo el mundo, algo que paradójicamente podría sorprender a su autor).

El otro libro alemán que cambió trágicamente el curso de la humanidad fue Mein Kampf  (Mi lucha), que a diferencia del anteriormente mencionado - un compendio de pensamiento marxiano- se trataba de una delirante biografía autoinventada, publicada el 18 de Julio (¡Vaya por Dios!) de 1924. Paradójicamente el mismo año en que André Breton publicaba su “Manifiesto Surrealista”, obras que podrían haber compartido escenario a no ser que la primera pretendía ser un ensayo artístico y la de este megalómano mediocre era una sarta de estupideces y prejuicios incitantes al odio.
Fue un ensayo pseudohistórico plagado de falacias, vulgaridades geopolíticas y de delirios imperialistas irredentos, con un denominador común: el “odio al judío”: un odio que ni el propio Hitler nunca explicó y que, probablemente, nació de su adoctrinamiento por algún libelo, como el Deutsche Volksblatt, un foribundo panfleto antijudío; pero a diferencia de su animadversión por el comunismo, su odio al “judío” no suponía claramente la aversión a una sistema político a un enemigo ideológico. 
En un análisis lingüístico de una edición de la obra castellano (teóricamente su copyright bávaro solo autorizaba las traducciones al inglés) solamente aparece en una ocasión el término “Zionismus”, mientras que el prelexema “Jud” se muestra 232 veces, todas negativamente.
Nueve años después de la toma de poder, los derechos de autor del libelo convirtieron a Hitler en multimillonario –ninguna familia alemana podía evitar mostrar en su casa un ejemplar del héroe.
En Enero de 2016, el estado de Baviera, propietario de los derechos de edición de la obra decidió autorizar una edición en alemán, bien que una edición crítica de 2.000 páginas de texto y 3.500 notas contextualizadoras. La prohibición desde hacía más de 70 años creo cierto morbo y lo convirtió en un bestseller.

Lo tragicómico de que este ridículo libro panfletario es que fue el detonante de un proceso que a lo largo de casi trece años causó la muerte de entre 55 y 60 millones de seres humanos, entre los que figuró el genocidio institucional de seis millones de judíos.


Cerrado el inciso, volvamos al motivo principal de esta entrada, a la mencionada efeméride, a la Reforma Protestante.
Poco más de dos meses restan para celebrar el quincuagésimo centenario del día en el que el fraile agustino Martin Lutero clavó presumiblemente sus 95 tesis en la puerta de la citada Schlosskirche de Wittenberg.
No se trataba en principio de un libro, pero las 95 tesis se tradujeron rápidamente al alemán y utilizando la nueva invención, “la imprenta”, se difundieron por toda Alemania en dos semanas. Dos meses después ya las conocía toda Europa.
En noviembre de 1520 publicó Lutero el  opúsculo “La Libertad Cristiana”, cuya trascendencia hizo que el papa León X excomulgara al fraile apenas dos meses después de su publicación. 
Pero fue, sin duda, su obra más  trascendental la traducción de la Biblia al dialecto común de la lengua alemana, que permitió al pueblo llano el conocimiento de las Escritura sin mediación clerical.
En suma, algo aparentemente tan trivial como la publicación de una controversia teológica sobre el mercado de indulgencias para evitar las penas temporales del Purgatorio fue el factor detonante de la rebelión de Lutero contra Roma y de la posterior Reforma protestante, que desató un cataclismo en Europa, partiéndola en dos y sumiéndola en casi dos siglos de guerras.
Solo durante la llamada “Guerra de los Treinta Años”  la población del Sacro Imperio se redujo en un 30 %, llegando al 50% en el margraviato de Brandeburgo.​ La población masculina en Alemania disminuyó a la mitad, tras contabilizarse cinco millones de alemanes muertos.


España ignora el “Año Lutero”

Así titulaba “El País” un artículo aparecido el pasado 13 de Agosto.
No es ignorancia casual, sino el resultado natural de un cúmulo de desafortunadas circunstancias que han llevado a este país a su singularidad con respecto al resto de Europa. No se trata ahora de ningunear el protestantismo, sino de constatar que, diga lo que diga la Constitución de 1978, en España no existe “Libertad Religiosa”, el logro lingüístico más importante de Lutero y que España ha combatido y sigue combatiendo.
Para comprender este dislate, quizá haya que remontarse hasta principios del siglo XVI, cuando una desafortunada circunstancia hizo que el recién coronado rey de Castilla y Aragón, Carlos I, heredara dos años después la corona del trono el Sacro Imperio Romano Germánico, ya como Carlos V. Un nombramiento conseguido frente a su ancestral primo y enemigo Francisco de Francia, tras haber sobornado con los fondos de Castilla a los príncipes electores germánicos. Un nombramiento que le impelió a combatir como defensor de la fe romana la nueva herejía, malgastando, así, los tesoros que venían del recién descubierto Nuevo Mundo, que pasaban directamente de Sevilla o Cádiz a los banqueros flamencos o alemanes para pagar a los soldados mercenarios.     
A pesar del erasmismo reinante en la corte de Carlos I, no arraigó la Reforma  en España debido a la implacable persecución a la que fueron sometidos los luteranos por  la Inquisición españolalo que obligó a los que pudieron escapar a refugiarse en estados protestates más tolerantes.    
A destacar que España era el único país europeo que contaba con una institución nacional dedicada a erradicar la herejía, esa Santa Inquisición.


Mencionando los libros alemanes que cambiaron el curso de la historia, nos hemos referido al papel de los grandes pensadores ingleses, franceses, italianos o norteamericanos que más han contribuido al desarrollo de esta ciencia social. Llamativa es la carencia de pensadores de esta disciplina en el devenir español. Quince siglos han de pasar desde Séneca y Trajano hasta los frailes De Mariana, Suárez o Francisco de Vitoria, en el siglo XVI.
La razón de esa carencia quizá radique en el hecho de que los Austrias, los Borbones y la Santa Iglesia Católica pensaban por todos; bastaría con preguntar a Gaspar Melchor de Jovellanos por su estancia en la prisión de Bellver.
Como dijo O’Donnell, a mediados del XIX: España es un presidio suelto.... ¡Y sigue siéndolo!



JGM













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