Algunos historiadores presumen de determinar con fecha y hora el comienzo de las grandes eras o
epopeyas históricas de la humanidad; e.g.; las nueve de la mañana del catorce
de Octubre de 1066 como el comienzo del fin de la monarquía anglosajona y de la
anexión de Inglaterra al ducado de Normandía, día y hora en la que las flechas
de los longbows de Guillermo el
Conquistador nublaran el cielo de Hastings.
Propongo a alguno de
esos scholars que traten de fijar el
comienzo de la Edad Moderna en el 31 de Octubre de 1417, el día en que
supuestamente Martin Lutero clavó sus 95 tesis en la Schlosskirche de Wittenberg.
En realidad, la idea original de esta entrada era resaltar cómo dos
libros alemanes cambiaron el curso de la historia. Ahora la efeméride quincuasecular
hace inevitable incluir entre ellos las proclamas de Martin Lutero en
Wittenberg; unos escritos incluso más trascendentes por su presumible perennidad.
Permítaseme un inciso:
Aunque las grandes aportaciones teóricas a la Ciencia Política moderna provienen
principalmente de autores británicos y franceses, sin olvidar, por
supuesto, al gran padre de esta ciencia,
el florentino Maquiavelo; han sido dos publicaciones alemanas las que claramente
modificaron el curso de la historia:

Según datos de El País (27 Oct 2013), el libro más vendido de la historia era la
Biblia; el segundo era el Manifiesto
comunista, de Karl Marx, una obra que al socaire de la recesión económica ha visto
resurgir sus ventas en los últimos años, sirva como ejemplo que Penguin vendió
1.700 copias de una edición popular en solo una semana. Al igual ha sucedido
con El Capital, otra obra del filósofo alemán que vende
cientos de miles de ejemplares en todo el mundo, algo que paradójicamente
podría sorprender a su autor).
El otro libro alemán que cambió trágicamente el
curso de la humanidad fue Mein Kampf (Mi
lucha), que a diferencia del anteriormente mencionado - un compendio de
pensamiento marxiano- se trataba de una delirante biografía autoinventada,
publicada el 18 de Julio (¡Vaya por Dios!) de 1924. Paradójicamente el mismo
año en que André Breton publicaba su “Manifiesto Surrealista”, obras que
podrían haber compartido escenario a no ser que la primera pretendía ser un ensayo artístico
y la de este megalómano mediocre era una sarta de estupideces y prejuicios
incitantes al odio.
Fue un ensayo pseudohistórico plagado de falacias,
vulgaridades geopolíticas y de delirios imperialistas irredentos, con un
denominador común: el “odio al judío”: un odio que ni el propio Hitler nunca
explicó y que, probablemente, nació de su adoctrinamiento por algún libelo, como el
Deutsche Volksblatt, un foribundo panfleto antijudío; pero a diferencia
de su animadversión por el comunismo, su odio al “judío” no suponía claramente la
aversión a una sistema político a un enemigo ideológico.

Nueve años después de la toma de poder, los
derechos de autor del libelo convirtieron a Hitler en multimillonario –ninguna
familia alemana podía evitar mostrar en su casa un ejemplar del héroe.
En Enero de 2016, el estado de Baviera, propietario
de los derechos de edición de la obra decidió autorizar una edición en alemán,
bien que una edición crítica de 2.000 páginas de texto y 3.500 notas
contextualizadoras. La prohibición desde hacía más de 70 años creo cierto morbo
y lo convirtió en un bestseller.
Lo tragicómico de que este ridículo libro
panfletario es que fue el detonante de un proceso que a lo largo de casi trece
años causó la muerte de entre 55 y 60 millones de seres humanos, entre los que
figuró el genocidio institucional de seis millones de judíos.
Cerrado el inciso, volvamos al motivo principal de
esta entrada, a la mencionada efeméride, a la Reforma Protestante.
Poco más de dos meses restan para celebrar el
quincuagésimo centenario del día en el que el fraile agustino Martin Lutero
clavó presumiblemente sus 95 tesis en la puerta de la
citada Schlosskirche de Wittenberg.
No se trataba en principio de un libro, pero las 95
tesis se tradujeron rápidamente al alemán y utilizando la nueva invención, “la
imprenta”, se difundieron por toda Alemania en dos semanas. Dos meses después
ya las conocía toda Europa.
En noviembre de 1520 publicó Lutero el opúsculo “La Libertad Cristiana”,
cuya trascendencia hizo que el papa León X excomulgara al fraile apenas dos
meses después de su publicación.
Pero fue, sin duda, su obra más trascendental la traducción de la Biblia al dialecto
común de la lengua alemana, que permitió al pueblo llano el conocimiento de las
Escritura sin mediación clerical.

Solo durante la llamada “Guerra de los Treinta Años”
la población del Sacro Imperio se redujo en un 30 %, llegando al 50% en el
margraviato de Brandeburgo. La población masculina en Alemania disminuyó a la
mitad, tras contabilizarse cinco millones de alemanes muertos.
España ignora el “Año
Lutero”
Así titulaba “El País”
un artículo aparecido el pasado 13 de Agosto.
No es ignorancia
casual, sino el resultado natural de un cúmulo de desafortunadas circunstancias
que han llevado a este país a su singularidad con respecto al resto de Europa.
No se trata ahora de ningunear el protestantismo, sino de constatar que, diga lo
que diga la Constitución de 1978, en España no existe “Libertad Religiosa”, el
logro lingüístico más importante de Lutero y que España ha combatido y sigue
combatiendo.
Para comprender este
dislate, quizá haya que remontarse hasta principios del siglo XVI, cuando una desafortunada
circunstancia hizo que el recién coronado rey de Castilla y Aragón, Carlos I,
heredara dos años después la corona del trono el Sacro Imperio Romano Germánico,
ya como Carlos V. Un nombramiento conseguido frente a su ancestral primo y enemigo
Francisco de Francia, tras haber sobornado con los fondos de Castilla a los príncipes
electores germánicos. Un nombramiento que le impelió a combatir como defensor
de la fe romana la nueva herejía, malgastando, así, los tesoros que venían del recién
descubierto Nuevo Mundo, que pasaban directamente de Sevilla o Cádiz a los
banqueros flamencos o alemanes para pagar a los soldados mercenarios.
A pesar del erasmismo reinante en la corte de Carlos I, no
arraigó la Reforma en España debido a la
implacable persecución a la que fueron sometidos los luteranos por la Inquisición españolalo que obligó a los que pudieron escapar a refugiarse en estados protestates más tolerantes.
A destacar que España era el único país europeo que contaba con una
institución nacional dedicada a erradicar la herejía, esa Santa Inquisición.
Mencionando los libros alemanes que cambiaron el
curso de la historia, nos hemos referido al papel de los grandes pensadores
ingleses, franceses, italianos o norteamericanos que más han contribuido al
desarrollo de esta ciencia social. Llamativa es la carencia de pensadores de
esta disciplina en el devenir español. Quince siglos han de pasar desde Séneca
y Trajano hasta los frailes De Mariana, Suárez o Francisco de Vitoria, en el
siglo XVI.
La razón de esa carencia quizá radique en el hecho de
que los Austrias, los Borbones y la Santa Iglesia Católica pensaban por todos;
bastaría con preguntar a Gaspar Melchor de Jovellanos por su estancia en la
prisión de Bellver.
Como dijo O’Donnell, a mediados
del XIX: España es un presidio suelto.... ¡Y sigue siéndolo!
JGM
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