La crisis expulsa de la clase media a tres millones de españoles
El desempleo y la precariedad laboral explican el 75% del aumento de la
desigualdad en este periodo, según un estudio de la Fundación BBVA y el
Instituto Valenciano de Investigaciones Económicas (Ivie). (ABC. 6 Mayo 2016).
En 1719, el señor Crusoe
(nacido Kreutznaer) instaba a su hijo Robinson a no llevar a cabo empresas
descabelladas, ni aventuras que no se
correspondieran con su clase social: la que él padre denominaba “la clase
media; la mejor del mundo, la más
apropiada para la felicidad humana; la clase envidiada por todos, ya que las calamidades de la vida eran siempre compartidas entre las clases más
altas y las más bajas.”
Sostenía, así, ese hombre
prudente y austero, que la clase media era la que sufría menos desastres y la
que no estaba sujeta a tantas
vicisitudes como las otras dos, las más altas y las más bajas.
No es preciso entrar en
consideraciones sobre qué son las clases
sociales, un proteico concepto sociológico donde se mezclan status económico,
social, cultural, familiar, …
El que puede considerarse
como el más trascendente escrito político de todos los tiempos: el Manifiesto
Comunista de 1848, comenzaba su primer capítulo diciendo de forma apodíctica
que “La historia de la Humanidad es la historia de las luchas de la clases
sociales”; bien que solo al final de su existencia, intentó el sabio de Tréveris
aclarar qué era eso de las clases sociales. Desgraciadamente solo consiguió
escribir media cuartilla antes de que la muerte le sorprendiera; su
incondicional amigo Federico Engels puso el lacónico epitafio en esa página: “Aquí acaba el manuscrito”.
No es menester, pues,
meterse en averiguaciones sociológicas, bastaría con consensuar una fórmula
empírica con los parámetros más adecuados en cuanto a usos y costumbres; pero
el que más y el que menos tiene una idea para clasificar socialmente a sus vecinos
más próximos: “esos son de quiero y no puedo”, “aquellos son pobres de
necesidad”, “estos marchan bien” “esos son ricos de toda la vida”, “aquellos
están siempre a la cuarta pregunta” “A los padres les fue bien con Franco, pero
los hijos son unos desgraciados” ,”esos no llegan a fin de mes”, etc. Ya la OCDE
facilita una aplicación on-line que
permite, mediante un test, descubrir la posición social relativa de un hogar,
evitando así cualquier autoadscripción. Basta ahora con observar el cambio de modos
la gente en los barrios, los cambios
en el consumo. Este bloguero, que nació y
vivió 30 años en el barrio de Argüelles de Madrid, ha observado la
proliferación de comercios que nunca había habido. 
La reflexión de este post
no está, pues, de esa discusión académica sobre las clases, sino que trata del
fenómeno socio económico que, parodiando lo de Ortega, es un hecho que más para
mal que para bien, está sucediendo y que parece imparable: el declive hasta la
desaparición de la clase media, fuere lo que hubiere sido.
Se acabó el sueño del
economista austro-norteamericano Joseph Schumpeter que consideraba a las clases
sociales como los hoteles o los autobuses, siempre llenos de gente distinta.
Ahora hay una clase poderosa, que con unos fieles aliados se refuerza vertiginosamente
y, abajo, una clase que ya no se puede llamar proletariado, sino el “precariado”,
o lo que el Banco Mundial –esa institución a la que Rudi Dornbusch consideraba,
junto con el FM, como “un juguete de los EE.UU para desarrollar su política
económica en el exterior”- llamó “los vulnerables”.
No es el que fenómeno
haya aparecido bruscamente, sino que ya mediados los ochenta del siglo pasado ,
Neal H. Rosenthal, funcionario del Departamento de Trabajo de Estados Unidos
bajo la Administración Reagan, se preguntaba si no habría comenzado ya una
polarización de las rentas conducente a la creación de un estrato de población
muy rico y una masa proletarizada, lo que implicaba la desaparición de la clase
media.
Uno de los trabajos pioneros en advertir el
peligro de la Gran Recesión y de las convulsiones sociales que traería consigo fue “Bye,
bye, middle class” del recién fallecido Rudi Dornbusch, un economista
alemán, profesor del MIT, que ya en 1997, mucho antes de la actual Gran
Recesión, enunció la conocida ley que lleva su nombre:
"En economía, las cosas tardan más en pasar de lo que
pensabas, y después ocurren más deprisa de lo que creías”.
Las causas de este
terremoto social son variadas y concurrentes e, incluso, se pueden establecer
los hitos del fenómeno. El primero, el neoliberalismo
aynrandiano de Reagan y Thatcher, que llegaron a conocer al final
de sus mandatos el derrumbe del entramado comunista, con sus consecuencias en
cuanto a la glorificación del capitalismo como único sistema posible.
Algunos sostienen los
beneficios de esta transferencia del trabajo aduciendo cómo la
oferta que los productos "low cost”: textil,
zapatos, electrónica, gadgets y todo
tipo de mercaderías aumentan exponencialmente el poder adquisitivo de los ciudadanos
de los países más avanzados; pero los altos niveles de desempleo no parecen
compensados con esa oferta de productos baratos, y que abocan, tanto a los trabajadores
manuales como a los mediaban en esa producción, al desempleo o a servir en el sector
terciario en empleos poco cualificados .
El fenómeno parece
universal, pero parece acrecentado en España. En cualquier caso, es el que más nos interesa aquí y ahora.
Según un reciente informe
del economista Francisco J. Goerlich Gisbert recientemente publicado (Abril 2016) por la Fundación BBVA y
el Ivie, en el periodo comprendido entre los años 2007 y 2013 tres millones de personas, «han pasado de verse como clases medias
participantes del progreso a sentirse vulnerables a las consecuencias de situaciones
difíciles, como es la actual crisis económica». Cifras que según un estudio de
Joaquín Estefanía, publicado en El País (Mayo 2016), significan que en ese
periodo el porcentaje de personas desplazadas al segmento social más bajo subió
casi 12 puntos (del 26,6% de la
población al 38,5).
Según
el mencionado informe de Goerlich, la principal causa de esta desigualdad ha
sido el desempleo y la precariedad
laboral, que explican el 75%
del aumento de la inequidad que se ha producido en estos años. Cierto es que
los más perjudicados fueron los estratos de la clase media más baja, alrededor
de un 30% de sus componente, con un paro de larga duración a Julio-2016 de
2.662.500 personas, dos millones más que
cuando comenzó la crisis y un 60% del paro total.
¿Qué factores
han conseguido mitigar en parte este desbarajuste social? Por un lado, las
políticas públicas: prestaciones por paro o ayudas ampliadas; por otro, el
sistema de pensiones y la solidaridad de las redes familiares: Vivir de la
pensión de los padres o los abuelos; sacar a esto últimos de las residencias
que consumían la mayor parte de la
pensión; tirar de los ahorros familiares; vender los objetos de valor; reducir
el consumo a lo imprescindible, etc.
Estefanía
considera que el ahorro de las familias se está agotando y que si mantienen las
cifras de desempleo, de empleo precario y los salarios de miseria, este sostén
se agotará en dos años.
En cuanto a las pensiones, ya se encargado esa
nulidad política, Rajoy, de acabar con la hucha que dejó Zapatero para, así,
rebajar los impuestos a la clase más poderosa, a los que con la mayor
probabilidad constituyen ese 30% del censo electoral que lo vota
incondicionalmente pese a su estulticia y su corrupción.
¿Qué
pensiones van a devengar los que no han podido trabajar por falta de empleo o
los que cotizado en los niveles más bajos y de forma esporádica? Es el fin del
sistema de reparto.
La insolidaridad de la clase empresarial no se ha limitado a aprovechar las leyes
que a su favor dictaron Rajoy y sus secuaces para facilitar los despidos a las
empresas -según un estudio de CC.OO, las empresas se deshicieron de más de 8
millones de trabajadores en el periodo entre 2006 a 2015- , sino que han
aprovechado el parón de su crecimiento para invertir en dispositivos y
aplicaciones high-tech, y despedir a sus
trabajadores fijos.
Hace
unos meses criticábamos en este blog un artículo del secretario de IU, Alberto Garzón,
publicado en la revista tintaLibre, en la que sostenía que “El progreso tecnológico crea muchos más puestos de trabajo de los que
destruye”. Probablemente se trate simplemente de un intento más de los comunistas de seguir defendiendo las tesis
marxianas frente a los luditas.
Ya el precursor de la cibernética, Norbert
Wiener, aventuró que "la máquina automática es el equivalente económico
del trabajo de esclavos y que cualquier forma de trabajo que compita con ella
tendrá que aceptar las consecuencias económicas del trabajo de esclavos".
Y más reciente, Jeremy Rifkin, en su obra "Fin del trabajo. Nuevas
tecnologías contra puestos de trabajo..." muestra su poca fe en un futuro
"tecnoparaíso", sostiene, más bien, que en lo sucesivo, ni el mercado
ni el sector público podrán rescatar el creciente desempleo tecnológico.
Hay un ejemplo palpable en el sector bancario
de este país: Los bancos y cajas de ahorro cuentan con más de 62.000 cajeros
automáticos. Cada una de estas máquinas, trabajando 24 horas todos los días del
año realiza una función equivalente a cinco de los tradicionales empleados de
caja. Su precio según la firma norteamericana Diebold, que controla más del 50%
de estas máquinas en el país, oscila entre 5.000 y 25.000 dólares,
dependiendo
de su conexión a la web u otras funcionalidades. El coste mensual de mantenimiento
es de alrededor de 1.000 euros.
Desdiciendo
al señor Garzón, un solo técnico informático es capaz de programar en pocas
semanas la aplicación que los hace operativos.
Para
aumentar su ahorro los bancos están ahora en pugna con el Gobierno, porque
quieren repercutir esos costes con los
usuarios que los utilicen en variadas circunstancias, p. ej., en entidades distintas
a la de sus cuentas.
Según
un informe del Banco de España desde 2009 a 2015 han desaparecido
66.500 puestos de trabajo en ese sector. Solo entre 2012 y 2013 se eliminaron
18.626 empleos, la cifra más alta tras los 15.622 que se redujeron en 2011 y
los 11.589 en 2012. Unos ajustes que parece que no han tocado fondo, ya que la
Fundación de las Cajas de Ahorros (Funcas) calcula que hasta 2019 el sector
bancario reducirá en 14.500 personas su plantilla y que se cerrarán 3.000
oficinas. En una proyección a fines de 2016, la pérdida de empleos en la banca
será de 79.801.
El Banco Popular presentará a finales de
septiembre o comienzos de octubre de este año un plan de reducción de personal de
entre 2.500 y 3.000 empleados, que equivale entre el 16% y el 20% de su plantilla.
Este
sector, el bancario, junto con el funcionariado medio constituía uno de los
pilares de esos sectores clasemedieros.
¿Qué
tipo de empleo se crea para contrarrestar esas pérdidas del párrafo anterior?
Acaban de
convocarse 1.606 plazas fijas de personal laboral para la
sociedad anónima
estatal Correos, para las que se
prevé una concurrencia masiva pese a que los sueldos anunciados para 2017 fluctúan
entre 548 y 720 euros, que sumados a los complementos correspondientes no
alcanzan aquellos mil euros que tanto lamentaban los mileuristas
antes de la Gran Crisis.
Parece pues,
que aquellas previsiones de Marx, según las cuales auguraba la desaparición de esa
clase a la que Marx denominó pequeña burguesía, se van a cumplir mediante el
incremento sostenido entre los extremos más altos y más bajos en la
distribución de la riqueza.
JGM
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