-Pero ¿sabe que quiere decir una nación- dice John Wise.
-Sí –dice Bloom-. Una nación es la misma gente
viviendo en el mismo
sitio.
-Vaya por Dios, entonces –dice Ned, riendo- si eso es
una nación yo soy una
nación porque llevo cinco años
viviendo en el mismo
sitio.
(James Joyce “Ulysses”).
Parece que en este territorio autónomo conocido como España,
todos, gobernantes y regentes, se llenan la boca a cada momento con el término
“nación”. Incluso, el otro dia, el sustituto real, al repartir los premios que
llevan su nombre, engrandeció el ambiguo y conflictivo término: “España es una
gran nación por la que vale la pena luchar”, dijo.
Los nacionalistas españoles amartillan el concepto de nación
para España a base de negárselo a otras comunidades. Si se les preguntara qué
entienden ellos por nación, muchos responderían que España es la nación por
antonomasia, “una unidad de destino en
lo universal” o alguna otra de aquellas vaciedades falangistas.
Históricamente, la realidad del territorio y sus gentes no ha
venido acompañada por la afirmación de sus monarcas o gobernantes como tal
estado soberano. Recordemos que en el siglo XIX, los antepasados de este eterno
príncipe regalaron gustosamente territorio y ciudadanía al emperador Bonaparte.
Pero aparcando esa digresión, lo que planteamos aquí es si en
las circunstancias actuales se puede hablar de “grandeza” referida a lo que sea
esa “marca España”, o si por el contrario, como dice el Gran Wyoming, estos gobernantes nos están convirtiendo en los subsaharianos del norte.
Basta con ojear a diario la prensa extranjera –también alguna
local que no esté controlada por los spin
doctors del Gobierno– para saber que
el presidente plasta-plasma no solo es el hazmerreír de Europa, sino que las
carcajadas llegan incluso de los antípodas.
Un presidente que gobierna bajo la sospecha de haber recibido
dinero espurio, inmoral o presumiblemente ilegal, y que rehuye al Parlamento y
a la prensa. Que ante alguna pregunta que le llega tan directa que no puede
evadirse responde con la simpleza “hoy llueve mucho”; o ante una insinuación de
corrupción en su partido, responde como los rufianes de las series negras de
Hollywood. “No hay pruebas”.
Otro asunto que ha causado recochineo universal es el
submarino español “Isaac Peral”, que con un sobrepeso de ¡75 toneladas! Se
sumergería para siempre jamás.
En una pregunta a la mesa del Congreso, el diputado de IU, Gaspar
Llamazares, se burlaba así del asunto:
“Sí, el
submarino S-80 está bien de color, pero no flota ¿Acabará en el fondo del mar,
matarile, rile, rile?” o “¿Podría el Gobierno regalárselo al enemigo, para que
así podamos ganarle la próxima guerra?”…
El presidente Posada rechazó la pregunta, aduciendo que
el Congreso no está para chistes.
Nos salva, que ante este neofranquismo que nos han traído los
descendientes directos de aquel ominoso régimen, del genuino, podemos aún
recurrir a la Comisión
de Peticiones del Parlamento Europeo. De hecho, los españoles somos los que más
recurrimos buscando justicia, bien al Tribunal Europeo, bien al de Derechos
Humanos.
El pasado marzo, el Tribunal de Justicia de la UE consideró abusiva e ilegal la Ley Hipotecaria española sobre
prestamos hipotecarios y desahucios, dando poder a los jueces para frenar esos desahucios;
atajando así la incompetencia, si no la complicidad, de los gobernantes ante la
rapiña de los bancos.
También este año saltaba la denuncia de Bruselas por dumping de los astilleros españoles,
obligando a devolver las subvenciones ilegales. Claro- decían algunos-. Ya se sabe, el comisario Almunia, socialista
él…
Otro asunto, anunciado, el “céntimo sanitario”, aplicado por
algunas comunidades a los carburantes. El tribunal europeo lo considera un
impuesto ilegal.
Ante el olvido del gobierno del PP a los asesinados por los franquistas en las cunetas, una delegación de la Comisión de Derechos Humanos de la ONU llegó a Madrid para esclarecer si el Estado español cumple con su obligación de investigar los crímenes cometidos por la dictadura franquista y de reparar a las víctimas.
Pero el asunto más reciente es el revolcón que el Tribunal de Estrasburgo ha dado a la “doctrina Parot”, avalada por el Tribunal Supremo y el Tribunal Constitucional.
La decisión de los jueces de Estrasburgo, prácticamente unánime (16 a 17), pone en la picota a los jueces, tanto del Supremo, como del Constitucional. Por menos de eso acusaron de prevaricación a Garzón, expulsándole de la carrera.
Grave fue que sesudos magistrados olvidaran uno de los principios supremos del Derecho: la irretroactividad de las penas, una norma jurídica fundamental; y más grave aún, que ante los votos discrepantes en el Supremo y en el Constitucional, que ya habían alertado sobre la dudosa y más que discutible legalidad del cambio de criterio de 2006, no hubieran aplicado otro principio básico del Derecho penal, el de in dubio pro reo.
Tras haber utilizado, Rajoy, tan pródigamente a las víctimas
del terrorismo para desacreditar a Zapatero, ve ahora cómo esas asociaciones
pro víctimas se niegan a perder peso político y se revuelven contra él y contra
los tribunales europeos. Incluso un alcalde pepero,
el de Almagro, ha retirado la bandera de la UE de su Ayuntamiento.
Otros piden salirnos del marco jurídico europeo.
Un periodista alemán,
sorprendido, le preguntó a Rajoy que cómo es posible que un partido de Gobierno
europeo se manifieste contra el Tribunal de Derechos Humanos de Estrasburgo.
“Vamos a apoyar a las víctimas, no nos manifestamos contra ningún tribunal”,
trató de justificar Rajoy, con su habitual ambigüedad.
También el catedratico de Ética, Fernando Savater, en un
vulnerable artículo en El País (25/10713), considera la doctrina Parot “tan
razonable como siempre” y deja los razonamientos jurídicos para “los que entienden de eso”.
No les hubiera resultado tan difícil a los miembros del
Gobierno, casi todos licenciados en Derecho, recordar a los ciudadanos que (copio de algún sitio):
“Los
tratados o convenios internacionales han
sido considerados siempre por la doctrina del Derecho internacional
consuetudinario o convencional y a la jurisprudencia nacional e internacional
como superiores a las normas de Derecho interno, a las que se imponen. Es
decir, a todo el derecho promulgado y en
vigor en un Estado determinado. Desde la Constitución hasta la
última orden ministerial”.
Julio
G Mardomingo
No hay comentarios:
Publicar un comentario