Como un
resumen del ensayo publicado por Michael Albertus y Victor Menaldo*, profesores
de Ciencia Política en las universidades de Washington y de Chicago respectivamente, el
New York Times del pasado 8 de Mayo ofrece una visión de las razones qué los
autores aducen para explicar cómo tantas democracias formales están derivando
hacia el autoritarismo.
Sin embargo,
para los mencionados autores, esta erosión de las normas democráticas se debe en última instancia a factores más profundos. Para
ellos las raíces de esta ruina de los valores democráticos radica en cómo se redactaron
las constituciones de esos países en su transición desde el autoritarismo.
Según esa
teoría, más de dos tercios de los estados que han experimentado la transición
desde regímenes despóticos a la democracia desde la segunda guerra mundial lo
han hecho bajo la mirada vigilante del régimen autoritario que se venía abajo,
pero aún conservaba los resortes de poder necesarios para imponer sus reglas de
juego.
Para estos
autores, incluso democracias mucho más antiguas, como Holanda o Suecia,
conservaron el legado viciado de regímenes autoritarios.
España es el
paradigma que avala esta teoría, más aún porque hubieron de transcurrir 30 años
desde el fin de la II Guerra mundial hasta la muerte del sátrapa sanguinario. La
Constitución de 1978 salvaguardaba los intereses de las élites del régimen anterior,
e incluso les aseguraba ventajas materiales y poder en las instituciones de la
nueva democracia.
Los medios
constitucionales que las élites del régimen anterior utilizaron para perpetuar
su influencia incluían factores tales como las leyes electorales, nombramientos
vitalicios asegurados, división territorial favorable a las antiguas élites, el
papel de jueces y militares en el nuevo juego político –en la caso español,
incluso el de los clérigos católicos-, y no menos importante, el Tribunal
Constitucional, diseñado para defender las prebendas contenidas en la nueva constitución
a favor de las élites anteriores y asegurar en última instancia las últimas
palabras del dictador: “Todo queda atado y bien atado”.
La nueva normativa,
la Constitución española de 1978, contiene disposiciones que requieren umbrales
de mayoría calificada para cualquier cambio sustancial; y las elites del pasado
autoritario que se benefician de estas constituciones utilizan su poder para
aprobar políticas que afianzan aún más sus privilegios. A la vez, las leyes
promulgadas tas la muerte del dictador incluyeron una serie de cláusulas y
artículos que les concedieron inmunidad de enjuiciamiento por los delitos
durante la era autoritaria. El resultado final fue que los militares, los curas,
los policías, los jueces y sus aliados, los que se lucraron con los bienes
públicos durante la dictadura continúan
gozando de privilegios económicos, tales como retener la propiedad de las instancias clave,
evitando juicios por violaciones de derechos humanos. 
La
consecuencia de esas constituciones heredadas y aprobadas bajo la amenaza del
régimen saliente dificultan los cambios en el contrato social de todos los
países. Los ciudadanos pudieron sentirse en un principio liberados de los
peores abusos de autoritarismo, como la censura, la represión
policial-judicial, pero como dice el refrán castellano “la cabra tira al monte”
y el autoritarismo de los privilegiados vuelve a tender a la represión.
Los
ciudadanos tienen un papel insignificante en la determinación de las políticas
públicas. De esta manera, la democracia, como señalan los mencionados ensayistas,
es una especie de Purgatorio en la que esos ciudadanos deambulan, a veces
durante décadas, con poca capacidad para determinar su dirección.
Hay que admitir que los autores parten de su visión de la Constitución Americana
de 1787, que aún conserva su vigencia, biejn que con las consiguientes
enmiendas a las que el devenir histórico obliga. Fue
la primera constitución del Estado moderno y los padres fundadores la
redactaron ex novo. La seguirían los franceses tras la Revolución de 1789.
Los autores del ensayo confían en que unos líderes lúcidos y sacrificados y
una ciudadanía más convencida de las bondades de la democracia pudieran frenar
este proceso degenerativo, si bien no se hacen demasiadas ilusiones.
Aplicando una moraleja al momento político de nuestro
país, las expectativas no pueden ser más negativas: Un partido ultraderechista
denuncia a los legítimos políticos catalanes y unos jueces franquistas les
siguen la corriente y procesan a esos políticos electos privándoles de su
libertad y de sus bienes.
Algunos magistrados,
obsequiosos con el Poder se convierten en jueces de hoz y horca y aplican la
justicia de Peralvillo. Entretanto, los ciudadanos, legos en cultura política,
y aún amedrentados por el largo y terrible martillo franquista, se muestran como
una banda de esclavos felices, que votaron a esa calamidad de la política, que
cada vez aparece con más verosimilitud el
“M. Rajoy” de las listas de Bárcenas, acreditadas por los jueces.
Pero lo peor
es que ante el merecido descrédito de ese asiduo lector del MARCA, que se
presentó ante los electores abatidos por la crisis como el vendedor del bálsamo
de Fierabrás, la solución que parecen elegir los ciudadanos es la de un
neofalangista, cuyo ideario político es tan hueco como el de sus homónimos
antecesores del siglo pasado: don Fernando y su hijo J.A., probablemente éste
último, el único político al que se le conoce por su nombre de pila, como a
algunos políticos de la República de Roma.
JGM
*Michael Albertus, an assistant
professor of political science at the University of Chicago, and Victor
Menaldo, an associate professor of political science at the University of
Washington, are the authors of “Authoritarianism and the
Elite Origins of Democracy.”
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Publisher:Cambridge University Press
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Online publication date:December 2017
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Print publication year:2018
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Online ISBN:9781108185950