¡Sí,
puede!
No
hace falta recurrir a profundas reflexiones, basta con visitar los tratados
más elementales de historia contemporánea, incluso las hemerotecas, para comprobarlo.


Tampoco
es preciso retroceder demasiado en la historia, ya que a comienzos de este
milenio, dos idiotas y un socialista “a la inglesa”, en contra de todo el
Derecho de gentes, con argumentos espurios, decidieron comenzar una gran
matanza en la llamada “Cuna de la Humanidad”.

En
noviembre de 2011, un tribunal de Malasia condenó al “socialista” y al
principal idiota por genocidio y crímenes contra la paz; parece que al otro
bobo lo consideraron un mero comparsa.
¿Puede
alguien imaginar que el actual presidente del Gobierno en funciones hubiera aprobado
la reválida de cuarto de no haber sido hijo de quien fuera?
¿Qué
decir de unas oposiciones al Registro de la Propiedad?
¿Qué
podría recitar ante el Tribunal un tipo incapaz de leer sus propios escritos?
¡Pues
ahí está, tan pancho!, presidiendo una supuesta democracia avanzada y un
partido que más se asemeja a una asociación de malhechores; presuntos malhechores
que este buen provinciano de puro, casino y siesta acoge raudo en su seno; mientras
que a sus compinches en la cárcel les envía mensajes de ánimo.

Ya lo
decía el político y escritor checo Ludvik Vaculik, en una entrevista con
Ignacio Vidal-Foch (El País 29 Mayo
2004). Afirmaba ese sesudo filósofo que:
“la
observación, la reflexión y la estadística me llevó a la conclusión de que el
noventa por ciento de población es idiota. La observación, la reflexión y la
estadística me han convencido de que el 90% de las personas son estúpidas. En
consecuencia, votarán a un estúpido como ellos para que les represente. Y como
son mayoría... Fíjese en el caso de EE UU, el país más poderoso del mundo:
tiene un presidente idiota, y cómo iba a ser de otra manera si lo ha elegido
una multitud de idiotas...".
Otra
cosa es que esa asociación supuestamente política, el PP, tenga un número de militantes
que se acerque al millón. Una cifra realmente asombrosa en un país con tan poca
tradición asociacionista. ¿Qué hay detrás de esas cifras? Pues, puede ser que
algunos se afilien al olor de los dineros públicos, pero probablemente se trate simplemente
de buscar una justificación a los ingresos que lleguen desde otras fuentes. Un
caso parecido al de su socio concomitante, la Iglesia católica, que se niega a
borrar de sus libros a los bautizados que apostatan para poder, así, mantener
como católicos al grueso de la población, casi obligatoriamente bautizada hasta
tiempos recientes.
JGM