Un tipo tan ávido de dinero y
poder como Mario Conde tardó en comprender la relación entre la política y el
gran dinero. Cuando lo vio más claro, intentó por dos veces jugar la baza
política. Primero, tratando de comprar el partido de Adolfo Suárez, Centro Democrático Social (CDS), por 300
millones de pesetas. El propio Conde afirmó ante el juez ese “donativo”, que
naturalmente salía del pozo sin fondo en que había convertido Banesto. Suárez
lo negó, pero lo cierto es que el
banquero se presentó a las elecciones generales de 2000 como cabeza de lista del
CDS; bien que obteniendo únicamente el 0,1% de los votos.
Un año después, la Audiencia Nacional
le condenó a catorce años de prisión por estafa y apropiación indebida.
En 2012 se presentó a las
elecciones gallegas a través de Sociedad
Civil y Democracia, un partido creado y financiado por él; tampoco
consiguió representación.
Podemos imaginar cómo iba a
utilizar la política este multidelincuente, que solo ha devuelto 1,2 millones
de euros de lo que afanó en Banesto, quedándole por saldar 15 millones, a
pesar de poseer medios de comunicación propios.
Pero lo que Conde solo
entrevió, otros lo vieron más claro. En 1987, un oscuro funcionario accede a la
presidencia de la Junta
de Castilla y León.
Previamente, este personaje,
militante de un partido falangista y crítico de la Constitución, había
visto más provechoso alistarse en el partido creado por Fraga, el Partido Popular.
Su presunta estrategia para
llegar a esa presidencia se basó en una campaña de infundios, injurias y
calumnias contra el presidente socialista de la Junta de Castilla y León, a
la que éste renunció al ser imputado. Posteriormente el presidente, Demetrio de
la Madrid fue
juzgado y absuelto de todo cargo, pero el daño ya estaba hecho. En 1989, Fraga,
cansado de acumular derrotas, apercibe un winner
y nombra a José María Aznar candidato a la presidencia del Gobierno, y en 1990
lo nombra presidente del PP.
Tras presentarse dos veces a
la presidencia del Gobierno y sufrir sendas derrotas frente a Felipe González,
decide cambiar de táctica y, presuntamente, busca apoyos financieros y mediáticos
para conseguir la presidencia del Gobierno.
También buscó alianzas con
otras fuerzas políticas, destacando la alianza contra natura con el comunista Julio Anguita, un iluminado
pretencioso que perseguía el viejo sueño de los comunistas: superar a los
renegados socio-traidores, y que en las siguientes elecciones solo consiguió un
escaño más de los que tenía. Los votos hurtados al PSOE sirvieron en 1996 para aupar a Aznar a la
presidencia, bien que por un margen muy estrecho frente a Felipe González.
Aznar ya había percibido que
el principal obstáculo para su objetivo era el presidente González, que le superaba
en carisma y popularidad tras trece años en la presidencia.
Una vez reconocido el
enemigo, se planteó destrozar su imagen, y enseguida recordó la estrategia
utilizada contra el presidente de la
Madrid.
El objetivo era vilipendiar y
desacreditar a González a través de una campaña de injurias y descalificaciones.
Naturalmente, necesitaba
voceros que propagasen sus insidias, y medios, bien ya establecidos estos o de
nueva creación.
Luis María Anson explicó
posteriormente la genésis y estrategia del “sindicato
del crimen”, una jauría mediática que en 1994 se reunió en la Asociación
de Escritores y Periodistas Independientes (AEPI) en una conjura para acabar
con el felipismo, incluso a riesgo de poner en jaque al Estado.
Entre los veinte conjurados
había tres directores de periódicos de ámbito nacional: Luis María Anson, José Luis Gutiérrez y Pedro J. Ramírez;
este último, un amigo personal de Aznar, al que posteriormente avatares inesperados
hurtaron su carrera política como ministro de “Propaganda”. Otros notables
controladores de los medios eran: Federico Jiménez Losantos (COPE), Manuel
Martín Ferrand (A3 radio) o Luis del Olmo (Onda Cero).
Todos ellos arrastraron a
muchos periodistas de cierto renombre.
El cónclave también incluía a
escritores como Camilo José Cela, Francisco Umbral o Antonio Gala (el gran
opositor a la OTAN).
El principal resistente a ese
embate fue el grupo PRISA, entonces encabezado por Polanco, que estuvo a punto
de pagar su desaire cuando un juez prevaricador y el fiscal (esposa del juez)
iniciaron una persecución contra Polanco y José Luis Cebrián, director de El
País.
Consta por su trayectoria
posterior que todos los conjurados fueron generosamente recompensados.
Una vez conseguido esa agitprop sólo restaba subvencionarla suficientemente;
a ella y a la gran maquinaria electoral que se presumía necesaria.
Y es a partir de este punto
cuando surge la pregunta que inunda las redes: ¿Es el PP un partido político o
se trata de una asociación de malhechores que utiliza la política para
enriquecer a sus dirigentes con el dinero público?
Es solo una “Una teoría
conspirativa”, dicen los más interesados en que no circule por las redes, pero como decía uno de los espías de John Le
Carré, no hay nada tan peligroso como jugar con la realidad.
Hay un hecho fidedigno,
innegable que apoya la segunda hipótesis: la imputación actual de tres
tesoreros del PP: Ángel Sanchís, Luis Bárcenas y Álvaro Lapuerta; un cuarto fue
Rosendo Naseiro, que se libró de la condena por ciertas argucias legales que
llevaron a la prescripción del asunto.
Es difícil creer que el
presidente fundador, Fraga Iribarne, creara un partido político con fines ilegales o inmorales, una empresa criminal para su enriquecimiento personal; más conocido
es el autoritario Fraga por su pasión por la política y, sobre todo, por “su
política”.
Los argumentos que apoyan posteriormente
la presunción de esa asociación de malhechores se van instalando con la
presidencia de Aznar y su cooptado sucesor, Mariano Rajoy. La llegada masiva de
dinero ilegal o alegal a la tesorería del PP: sumas procedentes de la banca de
la patronal - sobre todo, del sector de
la construcción-. Grandes sumas, que según la contabilidad del tesorero
Bárcenas, se repartieron en billetes de banco entre la cúpula del partido.
No tardaron mucho los magnates
de las constructoras en recoger los frutos de su “inversión”.
En abril de 1997, Aznar da la
vuelta a la vigente Ley del Suelo de los socialistas, según la cual solamente podía clasificarse como urbanizable
el suelo preciso para satisfacer las necesidades que lo justificaran. La nueva
ley urbanística dicta que, salvo que esté expresamente prohibido por una
disposición jurídica, todo suelo es urbanizable.
La excusa fue que el elevado precio del suelo, unido a la discrecionalidad
existente en la administración impedía garantizar el acceso a la vivienda, y
abaratar el suelo.
Se trataba de un argumento tan
falaz como perverso: la ley, junto con el crédito fácil, impulso la
especulación tanto del suelo como de la vivienda, alcanzando estas últimas
precios muy por encima de su valor real. La mantra
fue “el precio de los pisos nunca baja”.
No se limitó ese boom constructor a las primeras o
segundas viviendas, sino que tanto la Administración
Central como las locales se lanzaron a una carrera frenética
para levantar construcciones tan pretenciosas como inútiles, los llamados
“elefantes blancos”, que languidecen hoy entre el polvo y el musgo. Una
agravante, al parecer insalvable, es que el coste final llegue, incluso a
duplicar, el presupuesto inicial; eso que el cinismo del ministro Gallardón
justifica como “lo que la propia realidad ha marcado”.
El dinero comenzó a llegar a
las manos de los tesoreros imputados, bien a través de donaciones fraccionadas,
que en un solo monto hubieran quebrado
las leyes de financiación de los partidos; bien a través de maletines repletos
de billetes de quinientos euros. Los mismos que esos tesoreros repartían en
sobres a los gerifaltes del PP.
Naturalmente. ese dinero
revertía a sus donantes a través de jugosos contratos de la Administración,
muchas veces fraccionados para evitar concursos públicos.
Pero no únicamente fue la
construcción la beneficiaria de esa economía expansiva, sino que se tejió
alrededor una red que incluía el reparto de “beneficios” de cualquier congreso, acto, festejo,
celebración, ágape; incluso de fastos
religiosos como la llegada del Papa a Valencia, que llenó los bolsillos de los
mafiosos que giraban alrededor del Gobierno valenciano.
Aparte del gran negocio entre
los constructores, ya estabilizado: “nos dais contratos y os devolvemos
maletines”, aparecieron unos tipejos dispuestos a aprovechar también ese nicho
de negocio, tipos de modesta extracción social, cuyos sobrenombres corresponden
a sus actividades mafiosas: el bigotes,
el albondiguilla, el curilla, el hijoputa, girando la mayoría alrededor del padrino Gürtel.
La
burbuja explotó estrepitosamente, y Rajoy recordó inmediatamente la estrategia
de su antecesor, y auxiliado por sus hordas mediáticas –esta vez se les sumó El
País, cuyo presidente se arrogó las prerrogativas del Presidente del Gobierno y
pidió elecciones anticipadas- lanzó una brutal andanada, cuajada de calumnias,
mentiras, demagogia y propuestas fantasiosas al electorado: no subir los impuestos,
no bajar las pensiones, no al despido libre, respetar la sanidad y la enseñanza
públicas; en fin, todo lo contrario a lo que inicio nada más conseguir el
poder.
Our leaders are the finest men,
and we elect them again and again.
(Pete Seeger)
En noviembre de 2011, el
electorado concede a Rajoy una mayoría absoluta abrumadora. Una especie de
suicidio electoral colectivo que nos lleva a recordar las elecciones de otro
noviembre, el de 1933, donde el centro derecha consiguió la mayoría y dio paso al
Bienio Negro (1933-1936).
De nada sirvió que el PP
estuviera inmerso en una plétora de presuntos delitos y corrupción
generalizada: favores, malversación, clientelismo, enchufismo, compra de votos,
tráfico de influencias, sobornos, cohechos,… ilegalidades de todo tipo; el electorado por
diversas razones, semejantes algunas a las de 1933: Abstención de la izquierda
(esta vez de los socialistas, desilusionados tras la desnortada segunda
legislatura de Zapatero), desencanto de muchos sectores populares, euforia de
la derecha ante las encuestas, unida como una piña y, por supuesto, la campaña
tendenciosa y malintencionada del PP, propugnando que echar a Zapatero era la
solución a la crisis. Fantasía que muchos votantes creyeron llegaron a creer.
Alcanzado ese poder absoluto,
el primer objetivo del PP fue tratar de asegurar el futuro a sus clientelas
(como siempre lo primero para ellos es la “pasta”); ¿cómo? desmantelando el
Estado de bienestar y privatizando los servicios públicos, de forma que tanto si
perdían las siguientes elecciones o no, sus políticos se hubieran afianzado en
las grandes poltronas de esos servicios privatizados: “la puerta giratoria”. Ya
Aznar comenzó el desmantelamiento regalando las “joyas de la corona” a sus
amiguetes de pupitre.
A continuación había que
premiar a sus tres pilares: la banca, la patronal
y la iglesia.
Rajoy aseguraba que los
bancos salvados de la quiebra con fondos públicos devolverían hasta el último
céntimo. ¡Falso! Ese dinero, a fondo perdido,
lo hemos sufragado todos los ciudadanos.
El ministro Montoro decretó
una amnistía fiscal como la que en 2010 hubo tachado Rajoy de ‘impresentable',
'injusta' y 'antisocial’.
La patronal fue
inmediatamente favorecida con el despido cuasi libre y gratuito, la
bajada de
salarios; aspecto este último del que, con el más repugnante cinismo, se
jactaba Rajoy hace pocos días ante el empresariado japonés. Se
encontraron asíesos tiburones con un enorme ejército de reserva de
trabajadores.
En cuanto a la iglesia, no
tardó un segundo el repipi, zangolotino y fascista Gallardón en lanzarse contra
le Ley de divorcio de Zapatero.
El petulante y ridículo Wert,
el que no osa aparecer por una Universidad aunque lo maten, suprimió la Educación para la Ciudadanía para que los
curas vuelvan a impartir su doctrina.
El ministro de Interior,
Fernández Díaz, el de la conversión paulina en Las Vegas, toma literalmente el
refrán de “A Dios rogando y con el mazo dando” alternando sus plegarias con el
uso de la porra.
La Secretaria general del PP luce mantilla y peineta procesionales,
mientras que la ministra Báñez fia la solución del paro a la virgen del Rocío.
Los curas, por supuesto, no
han sufrido merma alguna en los estipendios que les regalamos todos los
ciudadanos, creyentes o volterianos.
Además de asegurar su futuro
económico y corresponder a los favores de esos tres puntales, su siguiente
esfuerzo se dirige a asegurar todos los resortes del poder de un sistema
democrático.
Ya han conseguido apoderarse
del Tribunal Constitucional, algo que se les resistía. ¿Como lo han conseguido?
Pues de una forma rastrera y profundamente antidemocrática, negándose a la
renovación del expirado Tribunal hasta tener seguro que conseguirían la
mayoría. Han introducido en él al fascista López, un tipo que no reunía los
requisitos mínimos, pero que en la última votación deshizo el empate a su favor
el “progresista” Sala (hoy por ti, mañana por mí, pensaría este pájaro). El otro
elemento es Cobos, un emboscado, un embustero; un tipo que ha participado en
todas las votaciones, sin descubrir su militancia en el PP. Un falsario que se
ha hartado de hacer declaraciones radicales de nacionalismo español y de
anticatalismo.
Otro ejemplo reciente ha sido
el nombramiento de la sobrina de Guindos (uno de los chorizos de Lehman Bross)
como presidenta de la
Comisión Nacional de los Mercados y la Competencia (CNMC), y
de la hija de Cañete con otro puestazo en la misma. Parece que la desconfianza
en Bruselas sobre la independencia de esa Comisión ha hecho desistir a la
primera.
No cierran el Parlamento
porque eso significaría un cambio constitucional, pero de hecho está bloqueado
por su mayoría absoluta,, y cuando algún diputado de la oposición se obstina en
hacerles preguntas incómodas, lo amonestan y si insiste lo expulsan. El
Presidente del Congreso, Jesús Posada – cuya esposa parece haber
movido 180
millones de euros en dinero negro- actúa con total parcialidad, y cuando se
siente criticado cede su puesto a Celia Villalobos, una arrabalera autoritaria
que mejor que en esa presidencia debería estar voceando en el mercado de Plaka,
en Atenas.
En suma, Rajoy solo acude a
rastras al Parlamento, y las leyes se aprueban por ucase.
Los ilusos chicos del 15-M
enseguida vieron que, con la fascista Cifuentes, se habían acabado los pic-nic’s en la Puerta del Sol.
No solo tratan de
posicionarse lo mejor posible ante futuros cambios, sino que el lunático
ministro Wert actúa como el los mejores tiempos del franquismo, propugnando una
educación solo accesible a las élites, a los más acomodados, con la rebaja o
desaparición de becas. De esa forma, las titulaciones para los futuros empleos
recaerían sobre los privilegiados fueren cual fueren sus aptitudes.
La Ley de la Memoria Histórica
pasó a mejor vida, y los alcaldes fascistas organizan a cada paso actos de
exaltación y homenajes a los asesinos franquistas.
En fin es una dictadura de
hecho, un fascismo chapucero, a la española; un revival del franquismo más
rancio protagonizado por un gobierno próximo o inmerso en el Opus Dei, y
amparado por la banca, la patronal y la iglesia.
Julio G Mardomingo