Las
comparaciones pueden ser tan odiosas como necesarias: ¿Por qué la tragedia de
París ha conmocionado al mundo y ha provocado una solidaridad sin fisuras tanto
en Francia como en el resto de las naciones de occidente, mientras que la masacre de Madrid del 11-M estuvo muy lejos de alcanzar esos niveles de solidaridad
nacional e internacional, a pesar de que el número de víctimas fuera superior al de este
13-N francés?
La tragedia de Madrid se vio oscurecida desde las primeras
horas por los embustes, las patrañas, la necedad de un Gobierno que negaba lo
evidente tanto a los españoles como a la Comunidad mundial; así como por la
cobardía moral de un Presidente, consciente de que aquel brutal atentado podía
ser una respuesta a su pobre papel como comparsa títere del tristemente famoso “Trío
de las Azores” y su temor a perder las elecciones inmediatas. Fue esa la causa que les
llevara a fabular teorías conspirativas inverosímiles. Así, mientras el ministro de
Interior se preguntaba ¿Pero qué ha pasado? y decía seguir dos líneas de
investigación, a sabiendas de que la de ETA no llevaba más allá de la “Orquesta
Mondragón, la entonces ministra de
Asuntos exteriores, Ana Palacio, enviaba en la tarde del 11-M un telegrama a
todas las embajadas informando de que Interior había confirmado la autoría de
ETA, respondiendo de esa forma a la presión
informativa sobre las legaciones diplomáticas. Posteriormente se disculpó diciendo
que buscaba frenar la repercusión internacional de las primeras declaraciones
de Arnaldo Otegi, que negaban la autoría
de ETA.
A diferencia de lo sucedido el
15-M, la tragedia de París ha conmocionado al mundo de forma unánime por la
seriedad en su tratamiento por parte de la Presidencia y el Gobierno de ese
país, así como por la eficacia de su sistema de Seguridad y por la
transparencia informativa. Ante los primeros signos de alarma, el Presidente
fue evacuado y formó junto al primer Ministro el gabinete de crisis para alertar
e informar puntualmente a sus ciudadanos y al resto del mundo sobre la
situación de emergencia.
Resulta emocionante ver las
imágenes de la evacuación del estado Nacional de Francia y oír cantar a los
ciudadanos “La Marsellesa”, el himno
nacional, mientras salen ordenados dentro de la emergencia; cantos que se siguen
repitiendo en las concentraciones en los lugares de los acontecimientos. (Recordemos que ese himno estuvo mucho tiempo prohibido y siempre mal visto durante el franquismo).


se unieron en 1469 con la boda secreta de los dos primos, bien que en "régimen de separación de bienes", lo que hizo que una vez muerto uno de los cónyuges, la reina católica, el supérstite reclamara su parte; separación, que al tratarse de una mera unión de los dos reinos en la persona de sus titulares, pudo haber sucedido al contraer matrimonio el rey Fernando, una vez viudo, con Germana de Foix, que le dio un solo hijo, que murió a las pocas semanas del parto. ¡Y así hasta nuestros días!
Una desunión, que el nombramiento digital sucesorio de aquel nefasto "mariachi" de las Azores ha contribuido a acelerar en los cuatro años de su mandato: cada vez que abre la boca aumenta dos puntos el índice de la población secesionista en Cataluña...y de Euzkadi.
La comparación sirve de muestra de la unidad de los franceses frente a la desunión eterna en este conglomerado quinto-secular.
Aquí, en cualquier concentración o manifestación que no tenga un llamamiento
nacional-catolicista, la gente porta las banderas de sus naciones, o bien la bandera republicana, la legitimada democráticamente
por el pueblo en 1931. En
cuanto al himno nacional, reciente queda la polémica de la última final de copa
de fútbol, y el chascarrillo que inundó las redes: “¡El himno no se canta, se
silba! Y es que ese himno constituyó durante muchos años una parte del pastiche
que dos veces al día sonaba en todas las emisoras de radio del país tras el
sectario “parte” y los gritos de ritual: ¡Viva Franco! ¡Arriba España!... ¡Cómo para olvidarlo!
Julio G. Mardomingo