Los fascistas llegaron ya. En realidad no se marcharon nunca.
En 1978, hicieron simplemente una retirada estratégica y, entretanto,
alimentaron a sus hijos para que les sucedieran adecuadamente. Los prepararon
bien porque, a diferencia de la mayoría de la población, tenían los medios
suficientes: carreras a elegir, masters, idiomas en Suiza o en La Jolla, y después, ¡hala!, a
heredar el puesto en el consejo de administración de su padre o de los amigos
de éste. Si alguno quería un puesto en los cuerpos de élite de la Administración del
Estado; bueno, podían opositar sin prisas; a algunos los reconocía enseguida
algún miembro del tribunal: hoy por ti, mañana por mí. Y todos ellos, con una
vía rápida a la política. Algo, que aparentemente está intentando el siniestro
Wert con sus recortes educativos
Lo que no olvidaron esos cachorros fue el ideario doctrinario
de sus progenitores. Ahí tenemos al meapilas repipi de Gallardón, del que su
padre decía “¿fascista yo? Tú no conoces a mi hijo”. Un tipo que une la
herencia fascista del padre con la de su cónyuge, hija de un ex ministro de
Franco, reclamado ante un tribunal argentino por crímenes de lesa humanidad.
Este repelente sacristán, ya instalado en el poder, aunque quizá
no tanto como ambicionaba - en esa fauna de jaquetones los hay con los dientes
más afilados-, lo primero que ha hecho, como reconocimiento al inmenso apoyo
que la jerarquía católica presta a su partido, ha sido aprestarse a colmar los
deseos de los roucos, los cañizares, los hijos de Satanás… Barandas de esa
casta sacerdotal, que sirviéndose de mitos trasmitidos desde la prehistoria del
hombre, tratan de perpetuar sus privilegios a base de incienso y patrañas.

Una gente que ante los avances de la ciencia y la mayor
cultura ciudadana corre a poner parches a sus creencias, inventando cada vez
mayores disparates, como el del “diseño inteligente”, cuando su inteligencia
radica exclusivamente en rellenar su faltriquera con el dinero de los demás.
La ley antiabortista que ha fabricado ese mónago-ministro atenta directamente contra las libertades de
la mitad de la población: las mujeres, y por ende contra sus padres, esposos, compañeros, etc;
es decir, contra todo ciudadano. También los varones padres y abuelos tendrán
que cargar de por vida con un desgraciado malformado e incapacitado para valerse por
sí mismo. Y uno no deja de preguntarse para qué tanta idiotez, tanta
hipocresía, tanto intento de control social sobre los más desfavorecidos: las
chicas ricas abortarán, como siempre, en La Moraleja, si no deciden ir a Londres y aprovechar
para comprar unos “trapillos” en Harrods o en Liberty’s; y las más desfavorecidas
tendrán que cargar con el monstruo o recurrir al perejil, a la alcahueta, o a
la aguja de calceta.
No sé como no se le habrá ocurrido a alguno de esos
majaderos, que lo que deberían predicar es
la inseminación artificial: poblacionismo sin sexo. El ideal para sus ridículas creencias
No es este ministro de Justicia y Gracia –qué gracia les va a
hacer a los que echen un polvo descuidado-, el único en esa banda de
chupacirios y presuntos saqueadores de lo público –algunos no ya tan presuntos:
los un día todopoderosos de Baleares o Castellón ya tienen sentencias firmes, e
irán al trullo salvo que la ”gracia” de ese ministro les libre con un indulto.
No, no es el único de esa banda de presuntos saqueadores y
fascistas: tenemos al ministro de represiones ciudadanas, el autor de la "Ley Mordaza", el tipo que en una
conversión paulina -él dice agustiniana-, se reencontró con su dios en una
visita a Las Vegas; que uno piensa si no sería un alucine ante la reverberación de las arenas del desierto. En fin,
se trata del hipócrita individuo que afirma que lo de comprar un cañón de agua para
aterrorizar a los manifestantes es “cosa de la policía”, o sea, que él no tiene
nada que ver.
Exponíamos unas cuantas entradas atrás cómo un partido
político poco apreciado por el electorado se podía convertir en una asociación
que tomara el poder para enriquecerse a través de él. Aquella hipótesis parece
confirmarse día a día. Las maquinaciones para
desvalijar el erario público en su provecho son página frontal de cualquier
medio que no esté a su servicio, y no reciba, por tanto, parte del botín.
El último escándalo es la maquinación que el amigo de pupitre
de Aznar perpetró en Caja Madrid, luego Bankia. El tal Blesa fue imputado recientemente por
un juez, que nada más empezar a prestarle declaración lo metió en la cárcel:
lugar del que sin tardanza lo sacó la fiscalía, un instrumento del Gobierno.

El segundo festín ha sido el de las preferentes, que al final habremos de pagar todos los españoles, porque aunque en principio recayera en los suscriptores, parece que los jueces se muestran cada vez más
dispuestos a reconocer el dolo de esos productos basura, vendidos con malas mañas a
muchos ciudadanos, a los que timaron sus modestos ahorros.
Y que decir del asunto de los cuadros de Rueda; el último episodio descubierto de
ese gaspillage, según el cual el jovencito Aznar pretendió colocarle a la
ruinosa caja una colección de cuadros por la módica suma de 54 millones de
euros. Cuadros, algunos, de Gerardo Rueda y, otros, de pintores menos conocidos;
con el añadido, aportado por Gallardón, de un museo ad hoc
para albergarlos, que redondeaba los 120 millones.

El clan Aznar se quejo amargamente y Mercedes de la Merced, consejera de la
caja y antes teniente de alcalde de Madrid con el PP, envió el siguiente
mensaje. “Estoy en La Paz, Bolivia”, “Me dice el
alcalde que Aznar está triste por la negativa de la caja a su proyecto, Alberto (supuestamente Gallardón) también está molesto. ¿No se puede
retomar? ¿Quién lo vetó? ¿Puedo hacer algo yo?”.
Más sangrante es el mensaje del cachorro de los Aznar, quien
acusa a Blesa de ningunear a su padre “que se había dejado los pelos por él.
En fin, pensamos que el valor de los cuadros se precisa cuando reciben el
mazazo en Sotheby’s o en Christies’s,
mientras tanto prima el criterio de Rafael Spottorno, embajador de España, y
que por su linaje y trayectoria, probablemente haya trotado desde niño en
pasillos repletos de lienzos valiosos. Suponemos que la pericia de Aznar como connoisseur
d'art, debe de ser similar a su papel como homme d’État.
La pregunta es: ¿cómo se iba hacer el reparto entre los
tratantes?
Se trata de la misma pregunta que nos hacemos respecto al
valioso botín recibido y evadido por Bárcenas. Porque, vamos a ver, los
constructores son unos mafiosos, pero no son tan estúpidos como para soltarle
al tesorero de un partido un maletín lleno de billetes de banco y no comentárlo
días después, en una comida, con su jefe o al encargado de adjudicarle los
contratos, ¿o no?
Así pues, el epítome de la cuestión es ¿con quién iba a
repartir el tesorero el botín expatriado?
Julio García Mardomingo